jueves, agosto 21, 2025

Rodolfo Serrano

 Una ciudad extraña

Estas horas primeras en lejanas ciudades,
recién llegado y solo,
en un andén oscuro.
Con esa luz difusa de un cielo que adivinas
lejano y claro y limpio,
y con nubes de tinta.
Y la calle que huele a café y cigarrillos,
y una pareja triste que sale de las sombras
de un hotel que hace tiempo
se dio ya al abandono.
Y el sol bañando, cálido,
los grises adoquines.
Y tú, tan solitario, lo mismo que un descarte,
como si fuera el tango
“Garúa” de Cadícamo
-“siempre solo y siempre aparte”-,
por la ciudad que te abre su corazón oscuro.
Guardando todavía —o eso crees— el recuerdo
de la ciudad extraña en la que no estuviste,
en la que no soñaste ni en las noches más largas,
cuando era la nostalgia
el tacto de su boca.
Y como siempre, ahora, cuando llegues a esta
desconocida ciudad, busca un bar que no tenga
clientes ni gramolas,
acodado en la barra, pide algún licor raro
y, muy amablemente,
háblale al camarero
del tiempo y de la suave
belleza de estas horas,
estas primeras horas en que el mundo despierta.
Después, sal a la calle.
Mira el sol que se arrastra por los viejos tejados.
Camina muy despacio,
y detente ante estos edificios desiertos,
o en plazas desoladas
y esquinas misteriosas.
Y mira hacia lo alto, a ese cielo de nubes
que te amparan del miedo.
Y busca una estafeta de correos y manda
un telegrama de oro.
Y dile que la esperas
en esta ciudad de la que ignoras todo,
su nombre y habitantes.
Y dile que la esperas
en un hotel, perdido,
en una habitación destartalada y vieja,
con muebles muy antiguos. Que pregunte
en recepción por alguien
que guarda todavía
su pañuelo que aún tiene un perfume de lilas.
Foto de Raul Cancio.



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