Ha muerto Pablo Guerrero. Mi amigo. Poeta inmenso. Y un cantautor que llenó la música de poesía. Amable y bueno, me regaló su amistad, me acompañó siempre por bares y tabernas. Cada vez que lo necesitaba, allí estaba, a mi lado.
Hoy lloramos con esa lluvia, a cántaros, que nos empapa el alma. Descansa en Paz, viejo amigo.
Hace unos años escribí este poema que creo que recoge sus silencios y su ternura.
Comida para dos
En silencio los dos. Esta comida
es un encuentro amable del pasado.
Y no hay que decir nada. Las viandas
son un adorno más sobre la mesa.
Una copa de vino y el silencio.
Tampoco hay mucho más. Una palabra
se cruza entre nosotros. Un destello.
Sonreímos. Y nada nos importa.
El pasado es un pájaro mojado,
ya no puede volar a las estrellas.
Un recuerdo —¿te acuerdas? ¿No te acuerdas?—.
Y estamos con los días a la espalda,
soportando estas horas sin relojes.
La vida está cumplida —me parece—
y tú y yo somos polvo. Sólo eso.
No hablamos ni siquiera de las cosas
que se hablan a una edad como la nuestra.
Dejemos que este vino nos embriague,
que nos llene la nostalgia y que este instante
de eternidad sea eterno, eterno, eterno.
Y el tiempo se congele en esta mesa.
La cuenta. Un café solo. Y un chupito
por cuenta de la casa. Por la calle,
cae la lluvia sobre un brillo de automóviles.
Salimos a la calle. En el asfalto
la luz rompe la sombra de los árboles.
En silencio los dos hasta la boca
del metro más cercana. Nos miramos.
Tenemos que quedar más a menudo.
Y te digo que sí. Cualquier día de estos.
(Hay un tren que se marcha sin nosotros).
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