En el tren de la izquierda: Almudena Grandes, una mujer columnista
La novelista se sumó con sus columnas a la tradición de pioneras como Maruja Torres, Rosa Montero o Montserrat Roig. ‘Escalera interior’ reúne sus artículos con escenas costumbristas ambientadas en alguno de los temblores provocados por la crisis del 2008.
El domingo 10 de octubre de 1999 fue un día importante para El País Semanal: fue la primera edición tras su remodelación y el cambio de nombre. La novelista Almudena Grandes ya era columnista de la revista. Se había incorporado de manera regular a principios del año anterior junto al lusófilo escritor italiano Antonio Tabucchi, el multifacético militante chileno Luis Sepúlveda y el entonces recién galardonado Premio Cervantes Guillermo Cabrera Infante. En la nueva etapa, que recuperaba a Maruja Torres entre otras firmas, Grandes se mantenía con nombres claves de las letras de la democracia: Antonio Muñoz Molina, Rosa Montero y Manuel Rivas.
“Llegué a la columna desde la literatura,” explicó Grandes en un congreso patrocinado por la Fundación Manuel Alcántara en el año 2014. “El primer sitio al que llegué fueron a los artículos de El País Semanal, que, para mí, fueron un problema muy grande… Cuando mi artículo estaba ilustrado, yo tenía que entregarlo veinte días antes de que se publicara… No podía escribir sobre la actualidad… No sabía qué hacer. Mi jefe en el Semanal, Álex Martínez Roig, me sugirió que por qué no elegía un título, por qué no le daba un marco argumental a la página y escribía relatos sobre vida cotidiana. Me pareció una muy buena idea. Entonces le puse Mercado de Barceló porque era el mercado que estaba en frente de mi casa y empecé a escribir… Como no podía ocuparme de la actualidad y como tenía que entregar muy pronto, yo poco a poco fui haciendo lo que sabía hacer. Entonces esos artículos cada vez eran menos periodísticos y más literarios.”
Los artículos de esa primera etapa, recogidos en el libro Mercado de Barceló (2003), hicieron de un viejo mercado de abastos —que en aquel entonces se encontraba en declive— un acelerador de partículas construido para descubrir, a través de choques entre ideas distintas, los elementos más básicos de la sociedad española. Una cabeza de rape rodando por el suelo “con la imponente autoridad de un viejo monarca guillotinado” inspira una reflexión sobre el exceso ecológico que supone la basura orgánica. Un yogur descremado activa una diatriba contra el marketing del capitalismo tardío, que ha conseguido ejercer tanto control económico, social y psicológico que “hemos vuelto a vivir en nuestro cuerpo como en una cárcel.” Un monólogo disfrazado de conversación en la cola de la carnicería destapa algunos de los problemas, como el del fenómeno de la sobrecargada abuela niñera, obviados por el estado de bienestar.
Lo trataba todo, presentación, nudo y desenlace incluidos. Con sus artículos los domingos pretendió intervenir en el debate público en voz baja. Eludía los debates sobre lo que Nietzsche llamaba la Gran Política y se centraba en lo que la crítica norteamericana Emily Apter llama la política con p minúscula: momentos cotidianos no aparentemente políticos que, aún así, abren la puerta a una política colectiva duradera.
Con su columna, Grandes seguía la estela de las opinadoras totémicas que habían ayudado a marcar la pauta del columnismo español durante la transición y los años posteriores. En aquellos tiempos finiseculares, ni se había cumplido una década del fallecimiento por cáncer de mama de la mítica articulista (y mucho más) Montserrat Roig, que empezó por prestar su pluma a esa bomba rebelde de tinta y papel llamada Tele/eXprés. A Roig la sobrevivieron columnistas como Rosa Montero o Maruja Torres, que habían colocado un calzo en la puerta para las que querían experimentar con tono metódicamente vitriólico. Este grupo también contaba con Carmen Rico Godoy, hija de la gran Josefina Carabias, que, durante la Transición, ayudó colocar a Diario 16 como cabeza de serie del periodismo de opinión, dándole un toque temático irresistible a las firmas habituales como el mismo Diván de Carmen Rico Godoy, en el que sentaba cada lunes y viernes a su paciente, la sociedad española. Nota aquí.
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