BEBER FREUDIANAMENTE
A la barra hay que ir solo, como hacía Hemingway. Hay pocas sensaciones tan medicinales para la autoestima como esa que se dispara cuando se llega a la barra de un bar y, antes de que otra cosa suceda o se interponga, el barman te pregunta: ¿lo de siempre?
El barman de Ernest Hemingway en La Habana, en la barra de El Floridita, lo tenía fácil porque el escritor bebía siempre un trago confeccionado a medida para él: un daiquirí de nombre papa's special, por el apodo que tenía Hemingway en la isla: papá.
Los ingredientes: chorrito de jugo de lima, chorrito de jugo de uva, un poco de hielo y 110 mililitros de ron. En una esforzada jornada, de las 10:00 a las 19:00, el escritor se bebía 15 papa's special y al terminar, como si nada, se iba a su casa a escribir algunas de sus páginas de premio Nobel. “¿Y cuál es el truco?”, le preguntó el periodista Milt Machlin, en una famosa entrevista: “Beber de pie”, respondió el escritor. Pero beber de pie es un acto poco freudiano.
El escritor Scott Fitzgerald se emborrachaba con dos tragos y enseguida se desmayaba; tenía una alergia al alcohol que no le impedía beber, esos dos tragos, con verdadera fruición, como lo cuenta su amigo Ernest Hemingway en su memoria sobre su vida en París (A Moveable Feast, 1964). Fitzgerald era adicto a esa sensación medicinal frente a la barra, era capaz de beber dos copas y desmayarse a cambio de que el barman, nada más de verlo entrar, le preguntara: ¿lo de siempre? Dicen que Fitzgerald dejó de escribir y se derrumbó el día en que entró al bar del hotel Ritz, en París, y el barman tuvo el mal tino de preguntarle: ¿qué desea tomar el señor?
A la barra hay que ir solo, pues estar volteando para conversar en esos banquitos minúsculos es incómodo; si se habla tiene que ser con brevedad y mirando siempre al frente y, sobre todo, que sea con uno mismo. Al balsámico reconocimiento del barman se añade el monólogo mirando al frente, a nadie, como si estuviéramos en el diván, en una sesión de psicoanálisis. Quizá Fitzgerald se derrumbó porque, al dejar de ir a la barra del Ritz, abandonó también esas sesiones de psicoanálisis y le crecieron los fantasmas.
-Jordi Soler en Milenio
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