lunes, agosto 15, 2022

Botijos

 Botijo: de icono artesano en el mundo rural a pieza de arte

El artilugio, tradicionalmente ligado a las cuadrillas de trabajadores del campo, se sostiene gracias a los últimos alfareros y se reinventa con nuevos usos que lo acercan a la decoración, el capricho y la nostalgia

Bastan dos kilos de barro para construir un botijo. Pero han sido necesarios miles de años y la sabiduría de los artesanos para perfeccionar el objeto hasta convertirlo en icono. Su efecto nevera le dio un tradicional rol protagonista para evitar la sed, especialmente en las zonas rurales. Hoy relegado a un papel secundario, ha sido sustituido por frigoríficos y plástico y su uso tiende ya hacia la decoración, el capricho o la nostalgia. Sin embargo, queda un puñado de sabios capaz de elaborarlos en pocos minutos, sin dar relevancia a su conocimiento. Lo hacen sobre todo en pueblos como Agost (Alicante) o La Rambla (Córdoba), mientras la nueva alfarería trata de adaptarlo al siglo XXI con aportaciones estéticas y nuevos usos que lo acercan al arte. Signo de los nuevos tiempos, ha pasado de ostentar un uso colectivo de las cuadrillas en el campo a uno individual en la ciudad.

“Plof”, se escucha en el taller de Álvaro Montaño (53 años), rodeado de botijos, cuando deja caer esos 2.000 gramos de arcilla sobre un torno que gira a toda velocidad. Necesita apenas unos segundos para que el bloque tome una forma redondeada que moldea con sus dedos y un pequeño trozo de caña. Nacido en La Rambla (7.515 habitantes), empezó con apenas ocho años en el taller de su padre, el mismo que aún mantiene. Con diez, en 1978, obtuvo el segundo premio en el concurso local de aprendices en una época en la que en este pueblo cordobés se contaban 40 alfarerías tradicionales. Hoy apenas quedan dos. Una es la suya, que dirige junto a su hermano Antonio a la antigua usanza. “No tenemos maquinaria, salvo la que ayuda a limpiar las impurezas del barro y corta las pellas para cada pieza”, explica Montaño, que también ejerce de presidente de la asociación que reúne a 65 artesanos alfareros locales. “La mitad que antes de la crisis de 2008″, afirma para después realizar un gesto convertido en patrimonio mientras bebe de uno de sus botijos. Lo repite con frecuencia: en este pueblo —donde en 2017 se atrevieron a lanzar un botijo a la estratosfera— hace falta beber con frecuencia: los 40 grados se superan con facilidad en verano. Nota aquí. 




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