Recuerdo de Nueva York
Era un día de marzo. El aire estaba limpio
y Norma Jean fumaba en la terraza
del Ambassasor. Se oía, sordo y suave,
el Nueva York soñado tantas veces.
Todo era gris por mucho que brillaran
celestiales los ángeles besando
su cabello, acariciando, dulces,
el rostro eternamente adolescente.
Nunca fuimos -¿recuerdas- al Ambassador
y Nueva York fue siempre ese deseo
que, como tantas cosas, no cumplimos.
Era mejor, así, me susurraste,
cuando, ya años más tarde y yo más viejo,
me encontraste en aquel bar de Malasaña
de nombre falsamente neoyorquino.
Te confesé que nunca había dejado
de perseguir a Marilyn por todos
los hoteles del mundo, sin hallarte.
Y, ya puestos, brindé por ti y por ella
que siempre esperaría, tierna y frágil,
fumando el cigarrillo que a nosotros
nos habían prohibido los oncólogos.
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