miércoles, febrero 08, 2023

Pedro Andreu

 El edificio rojo

Decían que era blanco, pero se equivocaban.
Era tan rojo como el color de mis ojos.
Decían que era por mi bien, como el cóctel
amarillo de pastillas de todas las mañanas
desde hacía dos meses, como las inyecciones.
Pero se equivocaban.
Decían que necesitaba descansar, no pensar en mi vida,
pero mi vida era un gato con las patas arrancadas.
Decían. Decían. Decían.
Pero se equivocaban.
De eso estaba seguro: el edificio era rojo; las mañanas,
un gramo de sol muerto que una enfermera
me obligaba a tragar con la ayuda de un vaso.
Pero era inútil. Se equivocaban.
No quería esa calma ni dejar de pensar ni olvidar que mi vida
era un gorrión que golpeaba asustado contra las ventanillas,
encerrado en un coche que no tenía dueño.
¡Se equivocaban, joder, se equivocaban!
Sólo quería saltar al otro lado de la verja,
sentir el tacto minucioso de la piel de aquel gato
moribundo. Dar paz a su dolor con una piedra.
Sentir crujir su cráneo. Y que no dijeran no dijeran no dijeran.
Solo quería alzar la vista y comprobar que el edificio era rojo.
Que mi vida era un gato al que poder aliviar de una pedrada.
Que todos ellos se equivocaban. Sólo quería
que se quedaran allí con sus batas blancas y sus ansiolíticos.
Con sus ojos blancos y sus vasos de plástico,
con su sonrisa blanca, a juego con sus batas.
Y ellos decían decían decían. Pero se equivocaban.
El mundo era demasiado complejo y no se daban cuenta.



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