martes, mayo 07, 2024

César Luis Menotti

 Tenía que morir un domingo, un domingo de final de campeonato

El columnista que compartió desde los primeros pasos futbolísticos de Menotti hasta su consagración mundial como técnico, recuerda momentos y gustos del Flaco, a lo largo de sesenta años.

La muerte, aunque esperada, es más cruel cuando se concreta. El Flaco Menotti dejará de ser un par de nombres y se convertirá en leyenda. Será la leyenda del técnico que cambió el orden en la vida de la selección argentina desde 1974 en adelante. También será la leyenda de quien tratando de atrapar la fina línea de la finitud, que es cuando ya no se puede fingir, dijo que el más grande de la historia había sido Pelé.

Es imposible transitar la vida de una leyenda con un solo soplo de emoción. Evoco el tiempo pasado y recuerdo cómo nos conocimos. Fue en septiembre del 63 y él jugaba en Rosario Central. Su metro noventa y cinco, su melena rubia, sus rasgos finos y una pegada mortal lo convertían en un actor atractivo para hablar de los cracks de la nueva generación. Nos sentamos a tomar un café en el Hotel Riviera, yo le preguntaba por Jim Lopes, que era su excéntrico técnico, y él me respondía con párrafos textuales dichos por Lisandro de la Torre. Luego le preguntaba por el Gitano Juárez, el líder del vestuario de su club, y él me contestaba fragmentos del último discurso de Luciano Molinas. De la Torre y Molinas eran prestigiosos militantes del partido Demócrata Progresista, uno como parlamentario y el otro como ex gobernador de la provincia de Santa Fe. Y si hiciera falta rematar, la recomendación de una lectura para él inevitable: El hombre mediocre, de José Ingenieros.

No era todo intelectual, pues me invitó a pernoctar en Rosario, lo que me valió una sanción disciplinaria, para ir a escuchar esa noche al joven bandoneonista rosarino Néstor Marconi, sobre quien el Flaco decía que tocaba mejor que Troilo. Hasta que luego, cuando vino a jugar a Boca Juniors en Buenos Aires, conoció a Pichuco en el Caño 14 donde morigeró su opinión: “Marconi se aproxima bastante a Troilo, pero el Polaco Goyeneche es inigualable”. Así fue hasta los ochenta, alternando el fútbol con la literatura, la música y el arte, tratando de explicar y de entender en los tiempos futuros que los hechos de destreza, de talento y de estética se unen en un punto. Tal vez eso explique su amistad y admiración con Fito Páez, Baglietto, Troilo, Serrat, Sabina y el Cigala. Nota aquí.



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