sábado, diciembre 13, 2025

Adrián Dárgelos

 Adrián Dárgelos: una mirada al universo intimo del artista que trajo el rock nacional al siglo XXI

Babasónicos regresó con fuerza a la escena con Cuerpos, Vol. 1 y dos noches encendidas en el estadio de Ferro. Otra vez, su líder se afirma como un artista que desarma el sistema: lector intenso, artesano del rock, alquimista de ideas y dueño de una poética que incomoda, seduce y permanece desde hace más de treinta años.

Cuando tomó la decisión de vender los pocos discos que le quedaban y darle esos pesos a una azafata para que lo subiera de acompañante en su próximo vuelo, creyó que estaba escapando de lo que sería su destino. Como aquellos intelectuales del siglo XIX, estaba convencido de que París sería la ciudad capaz de iluminar su vida. En esa huida improvisada, este poeta del conurbano terminaría encontrando algo más profundo que unas crónicas de viaje: un espejo donde empezar a reconocerse. Entre los libros de Jean Cocteau, las melodías de David Bowie y la necesidad urgente de defraudar a sus propios padres, Adrián Dárgelos dejaba de ser un alter ego para convertirse, por fin, en el personaje central de su propia historia.

Nunca quiso que lo entendieran del todo. A veces lo dice con ironía y rima, pero muchas otras con la experiencia de quien asumió que esa incomodidad que percibió de adolescente le permitió ser quien es hoy. “Por eso no quiero que me conozcan, prefiero que me inventen”, desafía en “Yo anuncio”, y vaya si tiene razón. Entre sombras, incógnitas y misterios, construyó su propia vida: una que deja filtrar apenas lo indispensable. Y lo poco que deja entrever, él mismo se encarga de desdramatizarlo. “Oh, sí, ¿y qué?” Una infancia austera entre Constitución, Lanús y el puesto de diarios de su papá –que no vio nada especial en que su hijo se definiera como compositor de canciones con apenas diez años–; la curiosidad por aquellos textos prohibidos por la dictadura; la sensación persistente de no tener un lugar en la sociedad de ese entonces, y un mundo allá afuera (o allá adentro, en su propia cabeza) que era oscuro pero tentador.

Con esas experiencias incipientes forjó una sensibilidad que nunca terminó de acomodarse del todo. Por eso, lo que permite que tome forma como biografía pública está hecho de desvíos y olvidos. Pero en cada uno de esos huecos siempre estuvieron las preguntas, los libros y los discos. En un país que se desarmaba y se reinventaba a la vez, Babasónicos forjó una voz que encontraría en la sátira y los excesos un nuevo modo de resistencia.

SOY UN BUSCADOR DE ESOS QUE NO SE CONFORMAN

“No me vanaglorio de leer, es una actividad que puede hacer cualquiera que cuente con el tiempo para hacerlo. La lectura es un ocio; el ocio es un tiempo caro porque es improductivo, no genera capital. Yo compro tiempo para poder gastarlo en lo que quiero”, declaró Dárgelos en una entrevista para el ciclo Hablar de poesía. Pero cuando le preguntaron por sus propios poemas, lo negó, lo repitió y pidió intensamente que entendieran que él no hablaba como poeta, sino como compositor de canciones. Esa obstinación casi defensiva dice mucho de él, de su humildad y, tal vez, “es un sofisticado modo de mentir, mentir para seguir”. Nota aquí.










Silvina Moreno

 

Álvaro Fraile


 

Héctor Alterio

 Muere a los 96 años el actor hispanoargentino Héctor Alterio

El intérprete de filmes como ‘Cría cuervos’, ‘El hijo de la novia’ o ‘La historia oficial’, y de larguísima trayectoria en teatro y tele, se mudó a España en 1975 por amenazas de la ultraderecha

El actor Héctor Alterio ha fallecido este sábado en Madrid a los 96 años, según ha informado su familia en un comunicado distribuido por Pentación Espectáculos, productora de su última obra teatral, Una pequeña historia. De nacionalidad hispanoargentina, y aún en activo, deja en su haber una larga trayectoria en teatro, cine y televisión. Es uno de los artistas más destacados de su generación, recibió el Goya de Honor en 2004, y padre, además, de los también actores Malena y Ernesto Alterio.

Muestra de su talento es que, aunque viviera en España desde 1975 por amenazas de la Triple A, la banda paramilitar ultraderechista, apareció en cuatro de las ocho películas argentinas candidatas a Oscar, y en la primera que lo ganó: La historia oficial. Además, actuó en filmes ya clásicos como Cría cuervos, El hijo de la novia, Las huellas borradas (con el otro grande de su generación, Federico Luppi), Pascual Duarte, Asignatura pendiente, El detective y la muerte, La escopeta nacional...

Su familia se ha despedido escribiendo: “Con profundo dolor queremos comunicaros que hoy, 13 de diciembre por la mañana, nos ha dejado Héctor Alterio. Se fue en paz después de una vida larga y plena dedicada a su familia y al arte, estando activo profesionalmente hasta el día de hoy. Descanse en paz”.

Hijo de inmigrantes originarios de Molise, en la Italia meridional, Héctor Alterio nació en Buenos Aires y empezó en el teatro con 18 años, justo donde ha acabado su carrera, con una gira con el texto Una pequeña historia, de tintes autobiográficos. “Me da la posibilidad de expresarme. No tengo otra. Y me sigue gustando muchísimo entretener a los demás. A lo largo de mi vida he buscado sobre todo dos cosas: entretener y que me crean, que crean en lo que estoy haciendo sobre un escenario. Esto es muy importante. Para mí actuar ha sido una búsqueda incesante de la verdad”, contaba el pasado mes de mayo en El País Semanal, cuando se cumplían 50 años de su exilio en España.

Sobre su infancia, complicada por la muerte de su padre cuando él tenía 12 años, por lo que se puso a trabajar, contaba: “Cuando era niño me dedicaba a divertir a mis amigos. Imitaba, cantaba… lo que hiciera falta. Me llamaban el flaco, y me pedían cosas. ‘Eh, flaco, haz de mendigo’. Y yo me tapaba un ojo, cojeaba, me tumbaba a pedir limosna y estiraba la mano para ver si caían monedas. Y caían. Me di cuenta de que sabía hacer cosas que los demás no sabían hacer. Tenía ese poder y eso me hacía sentir muy bien. Las carcajadas de mis amigos eran un regalo que me fascinaba. Luego pasaba semanas y semanas viviendo de esos recuerdos".

Desde joven tuvo gran éxito en Argentina porque al acabar los estudios creó la compañía Nuevo Teatro en 1950, que estuvo hasta 1968 en activo. Al cine llegó al final de esa etapa, en 1967, con Cómo seducir a una mujer. A finales de esos años ya había enganchado con los directores punteros de su país, como Leopoldo Torre Nilson (Estirpe de raza, La maffia y Los siete locos), Juan José Jusid (La fidelidad) y Héctor Olivera (La Patagonia rebelde y La venganza del Beto Sánchez). Se había casado en 1969 con la psicoterapeuta Ángela Bacaicoa, y de ese matrimonio nacieron Ernesto (1970) y Malena (1974).

Alterio tuvo que abandonar precipitadamente su país en 1975, porque durante un viaje a España para presentar en el festival de San Sebastián La tregua, de Sergio Renán, basada en la novela de Mario Benedetti y la primera película argentina nominada al Oscar a mejor película extranjera, la Triple A, la banda terrorista de ultraderecha que asesinó a más de 1.000 personas, le envió esta amenaza: “Si en 48 horas no abandona Buenos Aires, será ejecutado en el lugar en el que se encuentre”. El actor se quedó en España, adonde tiempo más tarde llegaron su esposa y sus hijos. “Fue muy duro pensar que no podíamos volver a Argentina. Buenos Aires se convirtió en mi paraíso. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos, como decía Borges”.

Desde su exilio, Alterio participó en numerosas producciones españolas, como Cría cuervos (1976); Pascual Duarte (1975); A un dios desconocido (1977), un trabajo que le brindó el premio al mejor actor en el festival de San Sebastián; La guerra de papá (1977); Las truchas (1978); ¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este? (1978); La escopeta nacional (1978); El crimen de Cuenca (1979); El nido (1980), de Jaime de Armiñán, nominada al Oscar...

Ya era uno más en el cine español, aunque no dejó de viajar a Argentina a filmar, por eso su nombre aparece en cuatro de las cinco primeras películas argentinas candidatas al Oscar (han sido, por ahora, ocho), galardón que por primera vez ganó su país natal con La historia oficial (1985), de Luis Puenzo, donde encarnaba a un empresario enriquecido con la dictadura.

Alterio compaginó el cine con el teatro y la televisión. Porque su presencia, su capacidad para transmitir una bondad infinita o la maldad más oscura y sus ojos azules, además de ese talento que en los intérpretes argentinos no tiene fin, le granjearon décadas de trabajos encadenados. En cine, Don Juan en los infiernos (1991) y El detective y la muerte (1994), ambas de Gonzalo Suárez; Asesinato en el comité central; Mi general; Tango feroz; El rey del río; Caballos salvajes; Cenizas del paraíso; y en 1999 llegaría Las huellas borradas, junto a Federico Luppi. En la década de los noventa y la primera década del siglo XXI rodó hasta cuatro filmes al año: Sé quién eres, Plata quemada, Sagitario, el exitazo El hijo de la novia (en la que volvió a encarnar, como en La historia oficial, al marido de Norma Aleandro, cuyo personaje protagonizaba ambos filmes), Kamchatka, Noviembre, Intruders...

En televisión apareció en Anillos de oro, Teresa de Jesús, Segunda enseñanza, El Quijote, Cuéntame cómo pasó... En la serie hispanoargentina Vientos de agua, que narra la experiencia de migratoria a Argentina de un exiliado de la Revolución de Asturias en 1934 y el retorno de su hijo en 2001 expulsado por crisis económica de ese país, actuaron tanto él como su hijo: en realidad ambos hacían el mismo personaje, solo que Héctor le dio vida de anciano y Ernesto de joven, razón por la cual no se cruzaron nunca en el desarrollo de la serie. Este año ha aparecido en televisión por última vez en Su majestad, de Borja Cobeaga y Diego San José, con Ernesto de secundario.

En mayo, dijo a este diario: “La vida pasa muy rápido. Demasiado rápido. Se va con un soplo. No esperaba llegar a la edad que tengo. Y sé que tengo poco tiempo para seguir trabajando y para seguir viviendo, así que prefiero no pensar demasiado ni en el pasado ni en el futuro. Vivo mi día a día tranquilo”.Nota aquí.








Hilda Lizarazu


 

Haydée Milanés & Pablo Milanés

 

Robe Iniesta

 Plasencia llora la pérdida de Robe, su hijo pródigo: “Se ha ido como los grandes, sin hacer ruido. Era humilde y discreto”

El Ayuntamiento preparaba tres eventos para 2026 junto al líder de Extremoduro

“Hasta siempre Robe. Hasta siempre, siempre, siempre”, dice el diario Hoy de Extremadura. “Se va la rebeldía y el talento de Extremadura”, titula El Periódico de Extremadura. “Parece que el día presagiaba esta tristísima noticia”, cuenta por teléfono el alcalde de Plasencia, Fernando Pizarro, del PP. Los placentinos han sacado esta mañana el paraguas a la hora de sus rutinas. En la Plaza Mayor ondean tres banderas a media asta. La pérdida de su vecino más ilustre, Robe Iniesta, Robe, su Robe, ha dejado desconcertada a esta ciudad de 45.000 habitantes del norte de Cáceres.

Pizarro dice que se enteró de madrugada, a través de un mensaje de WhatsApp de un colaborador del cantante. Que aquí todos sabían que el líder de Extremoduro estaba enfermo. Que se había retirado para recuperarse. Que ansiaban su vuelta a los escenarios. Que su marcha ha sido muy inesperada. Que han colocado un libro de condolencias en el Ayuntamiento junto a un cuadro con el rostro desmelenado de Robe pintado por Isabel, una persona con problemas de salud mental que forma parte de una asociación que hizo trabajos de Bellas Artes sobre el cantante. Y que Plasencia, dice el alcalde, tuvo el privilegio de ser el lugar donde Robe naciera. “Se ha ido como los grandes, sin hacer ruido. Era humilde y discreto”.

No se habla de otra noticia en los bares y comercios de este municipio de 45.000 vecinos. Los stories de Instagram están llenos de canciones de su hijo pródigo, el que nació en este rincón extremeño hace 63 años. Para entender el impacto de Robe en su ciudad basta con preguntar a cualquier vecino. Casi todos tienen una historia cercana con él. Bien porque alguna vez le han visto por sus calles empedradas. Porque conocen a su familia. Porque son amigos de sus hijos, Nahún y Karín. Porque tienen sus discos. Porque han ido a sus conciertos. Porque alguna vez le han visto darse un chapuzón en el río Jerte. E incluso hasta tirarse del puente de la conocida Playa El Benidor, un charco idílico a pocos kilómetros de la ciudad.

O quizá baste también con viajar a 1989, unos meses antes de la publicación de su primer disco, Rock transgresivo, cuando el propio Robe pedía 1.000 pesetas a sus vecinos para poder financiarlo. Seis años después, sin saberlo, los placentinos vivieron un concierto único e irrepetible. Sucedió el 14 de octubre de 1995. “Cubierto de estrellas, el cielo lo arropaba”, decía la crónica del concierto en El Norte de Extremadura. Sin querer, fue una despedida, un adiós inesperado. Varias generaciones de placentinos crecieron sin ver en directo a su ídolo local durante 13 años (1995-2008).

Fue una historia de desencuentros con un alcalde del PP. “No facilitaré que los jóvenes tomen alcohol y otros estupefacientes”, dijo entonces el regidor José Luis Díaz, anunciando la prohibición de conciertos de Extremoduro, Dover y otros grupos. “Este tipo de actuaciones llevan ruido y suciedad antes y después de la función”. EL PAÍS, incluso, llegó a titular: “Al alcalde le asusta el rock”. Dover respondió con “risa y rabia” a la actitud de Díaz. Y anunciaron que le enviarían una cesta de frutas junto a una caja de cerveza sin alcohol.

Robe, sibilino, le contestó a través de una carta con versos de Miguel Hernández: “Hemos de destrozaros en vuestras legaciones, en vuestros escenarios, en vuestras diplomacias. Con ametralladoras cálidas y canciones, os ametrallaremos, prehistóricas desgracias. Porque, sabed: llevamos mucha verdad metida dentro del corazón sangrando por la boca: y os vencerá la férrea juventud de la vida, pues para tanta fuerza tanta maldad es poca”.

Extremoduro, eso sí, siguió de gira por España, pero ya lejos de su ciudad natal. Lo más cerca fue Cáceres, a unos 80 kilómetros de su casa. Cómo olvidar aquel 6 de julio de 2002 cuando, a pocas horas del concierto, Robe conversó con una televisión local. “Aquí estoy", dijo “acercándome al pueblo. Somos violentos y nos gusta follar“. Al terminar, quizá por si no había quedado claro antes, se confesó: “Me cago en el alcalde”.

En 2004 los socialistas retomaron el poder en Plasencia. “La ciudad me gusta más ahora, desde luego”, deslizó Robe a El Periódico de Extremadura. Y cuatro años después regresó de nuevo. Fue un concierto antológico y apoteósico. En vísperas de las ferias de junio, aquel 31 de mayo de 2008 vino con una tormenta endiablada. Con rumores de suspensión por todos los corrillos. No hubo teloneros. El campo de fútbol municipal era todo barro y cervezas. Los vecinos rezaban a la Virgen del Puerto, su patrona, para que cortara el diluvio cuanto antes y, a ser posible, de inmediato. Nota aquí.



Benjamín Prado


 

Cuarteto de Nos

 

Manuel Vicent

 Picasso y Matisse, al rescate

Pintores, marchantes, coleccionistas y ladrones de cuadros se mueven en un laberinto regido por el poder de la belleza que puede salvarte o destruirte

Picasso decía: “Yo no busco, yo encuentro”. Por eso Matisse, cuando sabía que Picasso iba a visitar su estudio, escondía sus mejores cuadros y solo le mostraba aquellos en los que había fracasado. A Picasso le bastaba con una mirada para retener el milagro de una pincelada inédita, la forma con que Matisse había solucionado un problema de composición, el uso sustantivo del color, y podía copiarlo con todo descaro. En efecto, había encontrado, aunque Matisse trataba de tenderle una trampa. Lo mismo sucedía con Juan Gris en el Bateau Lavoir de Montmartre.

Ambos estaban obsesionados e inmersos en el cubismo, uno analítico, el otro sintético, solo que Picasso empezaba a vender cuadros y a ser rico, y Juan Gris por ese tiempo algunas veces llegó a alimentarse con una sopa de huesos triturados de aceituna. Picasso observaba durante unos segundos por encima del hombro de su amigo su trabajo tenaz con el cartabón y por su parte se limitaba a añadir un toque genial. Con los ojos profundos como dos olivas negras de toro zaino, absorbía cuanta belleza encontraba alrededor y era suficiente con que le pusiera la mano encima para convertirla en vanguardia. La encontraba en las maternidades de desmesuradas caderas de las tanagras del museo de Atenas, en la figura llamada La Parisien, una cabeza estucada de mujer de las ruinas de Heraklion que ya aparece con un ojo en el occipital, detrás de la oreja; en el minotauro del laberinto de Creta, en el hilo de Ariadna, en Teseo vestido de torero.

A la hora de una exposición colectiva, Picasso se ahorraba las disputas. “Donde esté mi cuadro será la mejor pared”, decía. No obstante, con Matisse guardó una rivalidad larvada, una admiración no exenta de mutuos celos que apenas llegaron a aflorar. Esta secreta rencilla tenía como árbitro a madame Stein, cuyo criterio y admiración basculaba del uno al otro y mantenía en vilo a estos dos grandes artistas que abrieron las puertas de la estética del siglo XX, Picasso como creador de nuevas formas, Matisse como introductor del color salvaje para convertirlo en un sentimiento.

Gertrude Stein y su hermano Leo eran dos judíos norteamericanos, coleccionistas muy adinerados que vivían en París en una mansión de la rue Fleurus, 27, detrás de los jardines de Luxemburgo, en el Barrio Latino. Al fondo del jardín habían levantado un pabellón donde exhibían, como en una galería de arte, todos los cuadros de la última vanguardia que adquirían. Fueron muchos artistas, poetas y escritores los que pasaron por allí para implorar y merecer sus favores, Picasso, Matisse, Man Ray, Hemingway, Scott Fitzgerald, James Joyce y Ezra Pound, Sherwood Anderson, entre otros. Nota aquí.



Kevin Johansen & Liniers


 

Eneko


 

viernes, diciembre 12, 2025

No Te Va Gustar & Andrés Ciro

Robe Iniesta

 Con Robe se hizo la luz en el infierno

Era un gamberro y a la vez un romántico. Un dinamitero y un filósofo. Un artista de la palabra soez y al mismo tiempo un maestro de la imagen definitiva

Siempre se van demasiado pronto los que nos han ayudado a hacer de la vida una experiencia más plena. También los que nos han llevado a vivirla de un modo más intenso y verdadero. Para muchos Robe Iniesta ha sido la voz propicia de un poeta que abría en la realidad, que nunca es la que nos gustaría y que a veces sabe hacerse aborrecer —empezando por lo que cada uno de nosotros es en lo más profundo—, hendiduras por las que entraba un fulgor que la volvía menos inerte y menos triste. Podía cantarle a la pérdida, a la soledad, a nuestra inagotable capacidad de meter la pata y dañar a otros y a nosotros mismos; pero cuando los versos de Robe apuntaban a esos infiernos, en ellos, parafraseando una de sus canciones, se hacía la luz.

Era un gamberro y a la vez un romántico. Un dinamitero y un filósofo. Un artista de la palabra soez y al mismo tiempo un maestro de la imagen definitiva. “La vida es roja si te vas” y “Mi vida una letra que escribo en hojas en blanco”. Nunca rehuyó el dolor, porque jamás renunció a la libertad ni se apeó, por nada del mundo, de la lealtad a cuanto amaba. Cantó como nadie al arte de perder el tiempo, las batallas, el rumbo y hasta la vida, en ejercicio de esa libertad y esa lealtad innegociables. Y también al de nunca arrepentirse de haber fallado la jugada, cuando es el corazón el que exige tomar el camino desaconsejable y terminar pagando, con intereses y recargos, todos los platos rotos.

Su legado es ingente, e incluye un buen puñado de obras maestras. Desde aquel himno arrollador de los lejanos años de Extremoduro, De acero, hasta esas piezas de su última época, como Del tiempo perdido o El poder del arte, que contienen todo un balance existencial. Con Standby acompañó nuestras desesperanzas, con La ley innata nos hizo descubrir nuestra capacidad de sobreponernos a ellas. Supo mirar el lado amargo de la vida, tan de frente como pocos; y ahí está para atestiguarlo, sin ir más lejos, su Nana cruel. Pero lo hizo sin amargarnos: repartiendo alegría, ganas de ser y de vivir. “Qué importa el ayer si he vuelto a nacer anoche de madrugada”. No morirá el poeta, aunque él se haya ido, mientras sigan sonando sus canciones. Nota aquí.



Rolo Sartorio


 

Leire Martínez & Edurne

 

Félix Maraña

 MEDIO SIGLO DE POESÍA

Hay que tener mil reaños
para ser un editor
de poesía y valor,
para, tras 50 años,
avanzar nuevos peldaños,
persistiendo en el empeño.
Pero se ha cumplido el sueño
de coronar una obra
que, pasado el tiempo, cobra
un objetivo risueño.
De este modo en Huerga & Fierro
han traspasado el umbral,
esa cima cultural
de impreso grabado a hierro,
con más acierto que yerro,
con coraje y trayectoria
confirmando asi una historia
en el mundo editorial,
tarea consustancial
de luz, testigo y memoria.
Sea en la feria de Soria,
en Fuencarral o Madrid,
Txaro obtiene en buena lid
una presencia notoria
en cada convocatoria
con éxito más que fijo
pues logra con su botijo
de barro y de poesía
regalarnos alegría
y vender con regocijo.
Nadie ha resistido tanto,
ni publicado más libros,
haciendo mil equilibrios,
con tan esmerado encanto,
como lo han hecho entretanto
y siguen dando en la brega.
Sólo lo logra quien llega
con acierto y buen humor,
con calidad y rigor,
con cierto riesgo y entrega.
Fierro y Huerga, Huerga y Fierro,
medio siglo de poemas,
literatura de emblemas
tan sólidos como el hierro.
A su colección me aferro
para encontrar mil autores,
líricas de los mejores
y páginas para el sueño.
Charo y Antonio, el empeño
del amor de los amores.
No sólo estaba Panero,
sino grandes escritores,
Lostalé y otros mayores,
poetas que son mentores,
Bergamín, Ouka y Colinas,
Y otras voces tan cetrinas,
Gamoneda y Arrabal.
Catálogo capital
de la cultura española,
también de la universal.
Libros del mayor antojo,
versos que son primavera,
que son luz, que son quimera,
que son dolor en Montojo,
que encienden chispas del ojo,
y remueven la conciencia.
Verbos con valor y ciencia,
palabras de rito y canto.
Poesía de esperanto,
ediciones de excelencia.




Ismael Serrano


 

Fran Mariscal & Kutxi Romero

Silvia Dotta

 La historia de la mujer que por una casualidad descubrió su pasión y hoy es referente del fileteado porteño

Silvia Dotta tiene 58 años y desde los 40 filetea. Estudió diseño gráfico y participó en talleres de actuación, pero su veta esta en otra rama artística: el filete porteño.

Entre las calles plagadas de casas bajas y árboles añosos hay un taller de portón verde lima que resguarda un taller lleno de vida: tarros con agua decolorada, pinceles secos o mojados repartidos sobre las mesas, algunos mates y termos fileteados, otros a medio camino y carteles fileteados colgados en las paredes rojas fuego.

La figura que emerge de ese escenario desbordante de talento es Silvia Dotta con una sonrisa de oreja a oreja y un overol de jean repleto de manchas de pintura.

Sin embargo, para que Silvia llegara a ese taller tuvo que atravesar numerosos cambios. Como si se hubiera desviado del camino las veces necesarias con tal de llegar a destino.

A los 40 años, Dotta sintió que faltaba algo. Había formado una familia, tenía trabajo estable y hasta había cumplido el sueño de la casa propia en Villa Martelli. Pero en lo profesional, la cuenta seguía pendiente. “Me di cuenta de que si quería ser actriz tenía todo para hacerlo, pero no tenía esa pulsión. Ahí decidí enfocarme en mi realización personal”, contó en diálogo con TN.

Lo que no imaginaba era que el destino la iba a cruzar con el filete porteño, ese arte tan nuestro que decora colectivos, carteles y hasta puertas de negocios en Buenos Aires.

Diseño gráfico, actuación y maternidad

Silvia terminó el colegio e intentó formarse en la Escuela Prilidiano Pueyrredón, la llamada “Primitiva Pueyrredón”, pero abandonó al poco tiempo porque fue a visitar su familia a Italia. Al volver estudió diseño gráfico dos años hasta que abandonó. Al tiempo estudió teatro en el taller de Agustín Alesso e hizo el conservatorio de la escuela nacional de arte dramático. La actuación su primer amor: “Ahí me enamoré del teatro, mi primer cambio radical fue hacia la actuación”.

Hizo el taller de Alesso por muchos años hasta que fue al conservatorio de la escuela nacional de arte dramático y dio clases de actuación para primerio y secundario durante 16 años: “Daba clases en nivel inicial, trabaja con niños, hacía teatro y música y las obras anuales”, recordó. También se postulaba a castings, la dedicación a la actuación era plena, hasta que formó una familia.

Cuando tuvo hijos el eje de su vida cambió: “A partir de que fui madre el centro de mi vida fueron mis hijos. Tenía este trabajo —dedicado a la actuación— con la idea que iba a pegar ese laburo como actriz, que al final nunca ocurrió” explicaba con mucha atención.

Silvia hizo hincapié sobre que uno si quiere que algo suceda como quiera, debe tener predisposición y aspirar a ese sueño, pero a veces el enfoque de uno puede verse afectado. “Durante muchos años mi intención estaba más puesta en conseguir trabajos como actriz, pero bueno cumplí 40 años y concretamos otro sueño que fue el de la casa propia”.

El regalo que lo cambió todo

Cuando Silvia alcanzó los 40 años y se mudaron a Villa Martelli se dio cuenta de que sus hijos habían crecido y que podía enfocarse en aquello que sentía incompleto: el ámbito profesional.

Por el lado de la actuación llegó a una conclusión: “Mi marido es actor y tiene una sala de teatro. En realidad si quería ser actriz tenía todo para hacerlo, no lo hacía porque no tenía esa pulsión o deseo. Ahí dije ‘Bueno, voy a abrir las antenas y estar atenta a qué se me presenta’” determinó.

El momento se le apareció casualmente paseando a Tito, su perro, en el barrio al que recién acababan de mudarse. Con él conoció a sus vecinos Freddy y su esposa Susana de León. Los invitó a cenar a su casa y fueron protagonistas de una situación inédita: “Cuando entraron a casa, Susana vio un objeto fileteado colgado de la puerta que me había regalado una de mis mejores amigas para mi cumpleaños 40. A mi me encantaba el filete”, contó. Cuando Susana vio el objeto se sorprendió y le dijo: “Lo fileteé yo, lo dejé en un negocio en San Isidro”.

Las vueltas de la vida resultaron en que el regalo de su amiga, había sido fileteado por su propia vecina. En ese momento Silvia ni lo pensó y le preguntó si se animaba a enseñarle a filetear, a lo que Susana accedió y se forjó un lazo que inició por la vecindad, pero se afianzó por el fileteado.

El flechazo con una técnica centenaria

El aprendizaje no fue fácil. “Arranqué a los 40, sabía que era un camino largo, como aprender a tocar un instrumento. Pero desde el primer día entendí que quería zambullirme en ese universo y darlo todo”, aseguró. Empezó fileteando muebles y objetos antiguos, y se sumergió en la historia y la comunidad de fileteadores, justo cuando las redes sociales empezaban a conectar a los artistas y a darle visibilidad a la técnica. Nota aquí.






Luis Quintana


 

Luiso García

 Si te vas...



jueves, diciembre 11, 2025

Manuel Jabois

 

Café Rivarola

 Cafetines de Buenos Aires: el sueño cumplido de dos porteños que abrieron un sitio en la cuadra más parisina de la ciudad

En la manzana de las calles Mitre, Talcahuano, Perón y Uruguay del barrio San Nicolás irrumpe el Pasaje Rivarola, un rincón no muy conocido de Buenos Aires inaugurado en 1924, con otro nombre. Con una simetría idéntica entre ambos frentes, y con duras restricciones acerca del uso de sus edificios, desde 2023 se alza ahí el Café Rivarola: un local que invita a conocer una calle, un pasaje que permite descubrir un café.

En pleno Centro de la ciudad, barrio San Nicolás, un pasaje rompió el dibujo primitivo trazado por Juan de Garay antes de que sucediera el ensanche de Avenida Corrientes, la construcción de la 9 de Julio o el trazado de las diagonales Roca y Sáenz Peña. Es el Pasaje Rivarola, inaugurado en 1924 y que corre con sentido sur/norte en la manzana de las calles Mitre, Talcahuano, Perón y Uruguay.

Antes de contar el Café Rivarola creo conveniente darle un poco de contexto a este rincón no muy conocido de Buenos Aires. En 1924 el país estaba presidido por Marcelo Torcuato de Alvear, un radical liberal porteño que, luego de desempeñarse como embajador en Francia, vino a suceder al gobierno de Hipólito Yrigoyen. La Capital atravesaba su período de la Belle Époque. Y París era el modelo cultural a copiar. Por entonces, la Compañía de Seguros La Rural pidió autorización para perforar la manzana mencionada con la idea de abrir un pasaje. La traza definitiva se recostó sobre Talcahuano porque de haberlo hecho justo por el centro de la manzana hubiese afectado al edificio que la colectividad italiana inauguró en 1914 con entrada por Tte. Gral. Juan Domingo Perón 1372. Se trata de la sede de la Mutual Unione e Benevolenza, la institución italiana creada en La Boca a mediados del siglo XIX que brindaba apoyo a los miembros de la comunidad más numerosa y poderosa de la ciudad por sobre las veleidades de parecer franceses que reinaban entre unas pocas familias porteñas.

Lo cierto es que la apertura del Pasaje La Rural —tal fue su denominación original— resultó un negocio inmobiliario formidable porque transformaba los fondos de los lotes que miraban hacia Talcahuano, con escaso valor comercial por metro cuadrado, en dos frentes de nuevas viviendas. El proyecto arquitectónico fue realizado por el Estudio Petersen, Thiele y Cruz. Y la construcción estuvo a cargo de la empresa de capitales alemanes Geopé, responsable de grandes edificios en la ciudad como por ejemplo: el Correo Central, el Colegio Nacional de Buenos Aires, el Obelisco y el estadio del Club Atlético Boca Juniors “La Bombonera”. Nota aquí.





Las Pastillas del Abuelo


 

Camilú

 

Quique González

 "Hay más brecha cultural entre mi hija y yo que la que tuve con mi padre"

El músico madrileño afincado desde hace años en Cantabria (y sin pensar en regresar a Madrid) publica nuevo disco, '1973', una fantástica selección de luminosas canciones que aluden a cierto romanticismo generacional.

Quique González (Madrid, 1973) es de esos músicos con los que todavía te puedes tomar un café para charlar sobre su nuevo disco sin necesidad de fanfarria promocional. Y eso que tiene miles de oyentes, llena salas y teatros y su nombre está escrito con letras de oro dentro del panorama musical español de los últimos 25 años. Pero, como siempre, se muestra muy alejado de todo lo que huele a industria y eso genera mucha cercanía. 

Quedamos con él por Alonso Martínez en una de esas visitas que ha hecho a Madrid desde la Cantabria en la que vive desde hace años. Hace ya mucho tiempo que dejó de ser el Quique González que vivía en Lavapiés (en Salitre, calle a la que dedicó su magnífico disco homónimo en 2001) y no se le pasa por la cabeza volver. Tampoco reconocería (del todo) el barrio. Pero sí queda el rockero y el amante de la música. El que la trata con respeto, con cariño y honestidad en estos tiempos tan acelerados, tan de Wizink (o el nuevo Movistar Arena), tan de estadios.

 Lo demuestra en su nuevo disco, 1973 —editado con su propio sello Varsovia— que tiene cierto poso de mirada generacional a los que comprábamos discos (o Cds), DVDs y coleccionábamos revistas. Los que vemos que hay un mundo que se está acabando… Y, sin embargo, no hay nostalgia ni aquello de que lo nuestro fue mejor. González es un músico generoso y así contesta en esta entrevista. Con timidez y un punto de romanticismo. Le espera una gira larguísima y va a llenarla. Tiene todavía mucho público fiel a su música dylaniana y setentera de guitarra, de letras bien escritas y que va más allá del estribillo resultón. 

PREGUNTA. En el álbum La Noche Americana también tenías una canción titulada 73, que aludía a tu año de nacimiento. Han pasado 20 años de ese disco y a mí me parece que en este 1973, aparte del nombre, hay una recuperación de un Quique González de aquellos años (y a cuando teníamos 25 años). O por lo menos una mirada a quien uno es y siempre fue.

RESPUESTA. Sí, yo creo que está bien tirada tu apreciación, porque de hecho cuando hicimos la gira 25 aniversario, eso me obligó a escuchar mis discos anteriores, de hecho hicimos 5 o 6 discos completos durante la gira, y yo creo que eso, no sé si consciente o inconscientemente, o mitad y mitad, me hizo un poco tener cierta perspectiva con lo que había hecho, y yo creo que eso se ha colado en algunas canciones de este disco. Y me parece bonito que sea así, porque también me gusta mirar hacia adelante y tratar de hacer discos que no he hecho, pasar por sitios diferentes, pero también es cierto que somos lo que somos, y que es interesante también recuperar algunas cosas y algunos sonidos y algún tipo de canción que hacía tiempo que no escribía y que me representan también.

P. ¿De alguna manera es un punto de inflexión el disco por el hecho de llamarlo con el año de tu nacimiento? 

R. No, yo no hago los discos pensando que van a ser un punto de inflexión, en nada, yo siempre pienso que es un disco en el que se acercará un poco más de gente o se alejará un poco más de gente, pero es la continuación de un camino. No creo en grandes rupturas tampoco. 

P. ¿Cómo ha sido el proceso de composición de las letras? 

R. Pues mira, la primera canción la escribí cuando estábamos terminando de mezclar Sur en el valle, y de hecho me planteé grabarla e incluirla en el disco, pero me parecía que era un buen punto de partida para lo que venía. Es una canción que está dedicada a mi hija, que me salió un poco por impulso y que se llama STUOPET, el acrónimo de “siempre tendré un ojo puesto en ti”, y bueno, fueron saliendo así las demás. Yo soy muy caótico en la composición. A veces escribo por la noche, a veces escribo por las mañanas, hay canciones que tardo en escribirlas un día y medio, dos días o una semana, y otras que me han costado cerrar la letra casi dos años y medio, no escribiéndolas todos los días, pero bueno, hay canciones que te exigen más, en las que tienes que rascar más, y hay otras que nada más ser paridas, pues ya estás contento con ellas. Nota aquí.



Dani Flaco

 


Milo J, & Mercedes Sosa

 

Robe Iniesta

 Adiós a Robe Iniesta, la cólera del amor humano ante un mundo irracional

El líder de Extremoduro, fallecido a los 63 años, era un músico que sale cada tres o cuatro generaciones, quizá cada siglo, como los poetas del alma, los genios incomprendidos o los grandes locos lúcidos

A partir de hoy, podrá haber millones de tributos a Robe Iniesta y Extremoduro, pero Robe Iniesta, muerto hoy a los 63 años, sólo hubo y habrá uno. Porque era un músico que, inclasificable en su cólera y su ternura como dos caras de un mismo espejo de destellos impresionantes, sale cada tres o cuatro generaciones, quizá cada siglo, como los poetas del alma, los genios incomprendidos o los grandes locos lúcidos, personas que abren brecha entre los renglones de las sociedades, que van más allá de los márgenes de lo cotidiano para enseñar el valor de lo humano o, como en el caso de Robe, cantarlo con el corazón en la garganta, el alma al aire, a hostias contra los elementos y como que sea que se intenta imponer la luz en el infierno.

“Nada es impensable, nada es imposible, mientras suena esta canción”, cantaba Robe en El poder del arte, tema de su último disco, Se nos lleva el aire, publicado en 2023. Hoy, en un día tan triste como el día de la muerte de Robe ―e imposible de asimilar tras la muerte ayer de otro gigante como Jorge Martínez―, suena casi como un testamento portentoso de lo que significa para la cultura española la figura de Robe Iniesta, un artista sin pretenderlo, un músico transgeneracional, un filósofo de la calle, una voz que cantaba para la gente corriente porque era gente corriente desde que se dio a conocer en la escena musical española con Extremoduro, allá por finales de los años ochenta, cuando en la España multicolor de la movida un grupo de Plasencia, como aquel liderado por él, con tantas ganas de romper decorados, meter el dedo en la llaga y tocar las narices, era lo más parecido a los Sex Pistols que podíamos ver en la tierra del jamón y la bota de vino. Los Sex Pistols españoles podía haber sido una buena etiqueta, pero no hacía falta: eran Extremoduro y a mucha honra, que le diesen a las etiquetas y a las campañas promocionales. Extremoduro o la gran trinchera del rock en España que le debía todo a Leño y Rosendo.

Y si siempre han existido las trincheras, para muchos no hubo una igual como la que simbolizaba Extremoduro. La primera de las trincheras con la que salir a la carga, ya fuera de noche o de madrugada, en el barrio o en el pueblo, con la pandilla o más solo que la una. Ya fuera con nada que perder o con todo perdido. Ya fuera con el campo de batalla a la vista o sin él. Y siempre cuando el deseo puede a toda lógica.

Extremoduro se distinguió del resto por una personalidad poderosa e inquebrantable, combinando rock duro con una afilada lírica existencial. Eran una voz propia. Con un disco de debut como Rock transgresivo, publicado en 1989, iban a la yugular. El desgarro movía canciones como La hoguera, Jesucristo García, Romperás y Emparedado. “Alimento con mi carne buitres negros”, cantaba con rabia Robe en Extremaydura. Buitres negros, los mismos que poblaban la tierra de donde salían. Extremoduro salieron de la nada, literalmente, porque salieron de los páramos de Extremadura, tierra de las bellotas radioactivas y creada por Dios el día que “no había giñado”, donde los trenes tardan en llegar más tiempo que los aviones a Nueva York. El universo de Extremoduro era un universo de marginación. Se soñaba, pero en una atmósfera de pesadilla. Una pesadilla adictiva porque era rompedora, nada complaciente, señalando a fuego todos los desvaríos vitales tan propios de los adolescentes, esos seres que se sienten más marginados que nadie y al mismo tiempo los más importantes del mundo. Los miembros de Extremoduro lo llamaron “rock transgresivo”. Se sentían orgullosos de una etiqueta que además les diferenciaba de los demás, incluidos todos esos grupos como Los Suaves, Barricada, Platero y tú o Reincidentes, con los que tenían nexos de grito subversivo. Una auténtica espada contra los esnobistas que, años más tarde, ya sin Extremoduro, el propio Robe seguiría blandiendo como un jinete solitario durante todo lo que le duró el siglo XXI.

Se ha llegado a asociar el universo de Robe Iniesta con la filosofía irracional de Nietzsche. Más allá de las similitudes de pensamiento entre este filósofo universal y su cancionero, bastaba charlar con Robe, un letrista de raza y autodidacta y a la vez personaje esquivo, para saber que lo suyo era más de andar por casa. Tenía más que ver con Henry Miller y Charles Bukowski, especialmente en ese uso del lenguaje barriobajero y libre poblado de pollas, semen, bragas, rayas y hostias, pero aún más con los poetas a los que cita en sus composiciones como Antonio Machado, Miguel Hernández, Federico García Lorca, Pablo Neruda o incluso el novelista Benito Pérez Galdós. De esta forma, si se concluyó alguna vez que Nietzsche escucharía a Extremoduro, entonces, se puede afirmar que Miguel Hernández cantaría las canciones de Extremoduro. Quizá las berrearía el mismo poeta que escribió en su poema Sentado sobre los muertos: “Aquí estoy para vivir / mientras el alma me suene”.

El alma sonaba en las canciones bastardas de Robe Iniesta, que sentía igual de importante a Camarón como Frank Zappa. Decía Jean-Paul Sartre que “toda emoción es una transformación del mundo”. Robe lo sabía. Robe lo cantaba. Robe parecía jugarse la vida en ello. Robe llegaba más lejos de lo que llegaban muchos porque cantaba desde el corazón mismo de una emoción que no nació con una vocación de distinción social y elitismo cultural, como la de tantos iluminados artísticos que han poblado y pueblan las revistas de tendencias y los programas culturales. Porque Robe era minoría absoluta, el filósofo callejero de la gran trinchera, la misma que se homenajeará hoy más que nunca en medios de comunicación y hasta en la sopa, aunque su gran tributo ha venido haciéndose en vida desde hace lustros en las orquestas de todos los pueblos de España. Porque ese es el gran triunfo de Robe Iniesta: ser el poeta más versionado de las verbenas. Eso es patria, como patria es su música, la cólera del amor humano ante un mundo que aún parece más irracional de lo que ya era cuando él se dio a conocer, triunfó y se volvió casi una leyenda en vida.

“Quiero oír una canción que no hable de sandeces y que diga que no sobra el amor”, cantaba en La vereda de la puerta de atrás. Y tanto, Robe. Aún, todavía. O, como rezaba en Sucede, una canción que ayude a que “en la ruina entre la claridad”. En un mundo en ruinas, como el nuestro, su voz no desaparecerá. No puede ni debería. Cuando le entrevisté la primera vez hace ya unos años, Robe estaba sentado frente a mí, cubierto con una manta de abuela y una taza de té, y dijo: “En 50 o 100 años habrá gente que se preguntará quiénes eran estos tipos que dejaron esto como una puta basura. Qué tipejos, qué gentuza”. Esos tipejos éramos todos nosotros si no hacemos nada por cambiar las injusticias obvias y las cosas que sabemos que van mal. Nota aquí.





Carlos Chaouen


 

Marea

 


Rodolfo Serrano

 Vallecas

Recuerdo aquellos días cuando era
un muchacho delgado y muy moreno.
El barro y las chabolas,
humedades
en la pared y el pecho.
Los domingos salíamos al baile.
Fumábamos Bisonte. Y muchas noches
soñábamos trabajar en algún banco.
Vallecas era una república sin leyes.
Un canto libertario.
No sabíamos
qué hacer ni siquiera si podíamos
vivir de otra manera que de aquella
que siempre nos pareció maravillosa.
Recuerdo la cerveza los domingos
en el bar de la calle y las partidas
de cartas. Y las broncas.
Pandillas
como las de West Side Story
Y el autobús cansado cada lunes.
Y las bolsas de plástico en los pies
para que no se mancharan los zapatos.
Y recuerdo también a aquella niña
que me dio su pañuelo y el perfume
que me inunda cada noche, cuando
sueño con la tibieza de sus pechos.
Y el dolor, las toses de los niños,
el olor a humedad que te impregnaba
hasta el hueso y la carne.
La tristeza
de un horizonte sin luz y sin asfalto.
Y el viejo militante que juraba
que este año caería el dictador.
Los panfletos sembrados en las calles
al despuntar el día.
Y el miedo de los hombres,
las mujeres de luto permanente,
y los primeros fríos,
las fiebres del abrazo,
cuando era una muchacha territorio,
maravillosa tierra no marcada
en ninguno de los mapas conocidos.
Y todo, todo eso, no ha podido
borrarlo lluvia alguna porque nunca
podrán arrebatarnos la certeza
de que a los quince años
ganamos para siempre
la vida que latía en nuestros cuerpos.
Foto de Raul Cancio.