sábado, diciembre 06, 2025
Rafa Mora & Moncho Otero
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Diego Savoretti
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Flores para Antonio
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Alfonsina Storni
Sábado
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Jane Goodall
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Bares
Todo lo que perdemos cuando cierra un bar de toda la vida
Detrás de cada persiana bajada se esfuma un modo de convivencia, una red invisible de afectos y resistencias que sostienen la vida urbana más allá del consumo y la prisa.
El cierre de un comercio que ha tenido algún papel en nuestra vida supone un pequeño disgusto, pero, quizá, el sentimiento se agudiza cuando el establecimiento en cuestión es un bar. En las grandes ciudades, el cierre o la transformación de bares de toda la vida está sucediendo a toda velocidad. Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), entre 2010 y 2023 se cerraron en España casi 35.000 bares. Y este proceso, que forma parte de la homogeneización general del paisaje urbano, está acabando con algo que va mucho más allá de una forma de comer, beber o pasar el rato.
Según el antropólogo urbano José Mansilla, conocido en internet como @antroperplejo, el bar fue durante décadas un engranaje clave en la estructura social. “En sociedades de conformación fordista, los bares tenían el papel de ser lugar de encuentro tras la jornada laboral. El sitio donde compartir cómo te había ido el día o hablar de proyectos”, explica. “Antes de la República y durante ella, eran también espacios de discurso oculto: lugares donde se tramaban ideas políticas o sindicales de manera discreta”. Esa función de refugio cívico se ha ido diluyendo con el tiempo, sostiene Mansilla, en una sociedad “mucho más fragmentada e individualista, donde las ciudades ya no ejercen ese papel de conflictividad urbana vinculada a las antiguas acciones sindicales de la industria”. Los bares, por tanto, han perdido esa centralidad y se han ido convirtiendo en otra cosa.
La periodista gastronómica y filósofa Anna Torrents analiza este fenómeno: “La desaparición de los bares de toda la vida revela una doble pérdida: la de lo real y la de lo común”. En su diagnóstico, lo que antes era refugio de lo cotidiano, un espacio donde el tiempo podía detenerse, hoy se rige por “la lógica de la visibilidad y la productividad”. “El bar ya no se habita, se consume como una experiencia más. Como señalaría el antropólogo Marc Augé, lo que ocupa su lugar no es otro tipo de bar, sino un no lugar: espacios neutros, funcionales, intercambiables, donde nadie deja huella. El bar de siempre ya no encaja en el ecosistema acelerado de la ciudad contemporánea”, continúa. Torrents recuerda que también hay razones materiales: “Muchos de estos bares sobrevivían gracias a economías familiares o sumergidas. Hoy, los alquileres, la fiscalidad y las normativas han hecho inviable esa precariedad romántica. No es solo que falte alma; es que cada vez es más difícil vivir de un bar”.
El bar como institución moral y afectiva
De esa desaparición habla el escritor y tabernero Carles Armengol (Barcelona, 44 años) en su nuevo libro Matar un bar, editado por Col&Col. “Las ciudades cambian y sus negocios también, así lleva pasando desde hace siglos. Lo que me inquieta es la homogeneización urbanística y la ausencia de alma de los negocios que abren. Todos vemos las mismas series y escuchamos los mismos artistas mientras las ciudades están repletas de franquicias, negocios blanqueadores de dinero sucio y bares sin alma”, afirma.
Para Armengol, tener un bar nunca fue solo una cuestión de negocio. “El bar, por tradición, ejerce un rol socializador indispensable. Es un centro de día (y de noche) para personas que se sienten solas, un lugar de encuentro, de intercambio, donde se fortalece el tejido social. Es donde el vecino puede dejar una copia de sus llaves por lo que pueda pasar”. Él creció entre mesas y tragaperras, observando lo mejor y lo peor de la condición humana que se representaba cada día. “Crecer en un bar de barrio me hizo aprender a comprender y no juzgar las oscuridades del otro; a humanizar la desgracia ajena sin creer que lo tuyo es mejor”, recuerda.
En su discurso se expresa una idea que va más allá del romanticismo: el bar como resistencia al capitalismo acelerado. “Decidir a dónde vamos a comer es un acto político”, sostiene. “Saber si los dueños son quienes están detrás de la barra, si cuidan a sus trabajadores... Cuidar a tu barrio y a la gente que vive en él trabajando desde dentro es un acto hermoso ante un contexto globalizado”. Nota aquí.
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Joaquín Lera
Y LUEGO ESTÁS TÚ
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Javier Cercas
Dios no ha vuelto
Las iglesias siguen vacías, los seminarios y conventos siguen vacíos, el número de católicos cae en picado
Así es: ha bastado un disco de Rosalía, una película de Alauda Ruiz de Azúa y alguna cosa más para que algunos proclamen en los periódicos el retorno de Dios. ¿Dios se había ido? ¿Vivíamos en un mundo sin Dios?
Por supuesto que sí. Quien primero lo vio fue Friedrich Nietzsche en un texto celebérrimo publicado en 1887. Cuenta la historia de un loco que se echa a la calle en pleno día con un farol encendido y vaga por las plazas y los bulevares gritando: “¡Dios ha muerto! Y nosotros lo hemos matado”. Quienes no han leído ese texto, o quienes lo han olvidado, suelen creer que el loco está feliz, por no decir eufórico (“¡Por fin nos hemos librado de Dios gracias a la razón y la ciencia entronizadas por la Ilustración!”, vendría a decir). Pero no es verdad: todo indica que el loco está desolado; y con motivo: porque, si Dios no existe, como decía siete años antes Iván Karamázov en la novela de Dostoievski, todo está permitido; porque, si Dios ha muerto, el fundamento del mundo —aquello que durante siglos y siglos había dotado de sentido a todo— se derrumba. Y ahora ¿qué? Ese interrogante subyace en una parte esencial del arte de nuestro tiempo; también del pensamiento. En un ensayo titulado Nostalgia del absoluto, George Steiner argumentó que algunas corrientes decisivas del siglo XX, como el marxismo o el psicoanálisis, erigieron grandes relatos totalizantes que a su manera aspiraron a sustituir a la religión, hasta entonces sin disputa el relato que todo lo explicaba. Lo cierto sin embargo es que esos sucedáneos laicos no han funcionado, o solo han funcionado en parte, y que habitamos un mundo sin grandes relatos, que descree de las narraciones omnicomprensivas y solo nos dispensa pequeñas explicaciones parciales. A esa realidad la llamó Jean-François Lyotard, en 1979, la condición posmoderna, que es todavía nuestra condición. El problema es que mucha gente continúa insatisfecha con ella y que, casi siglo y medio después del loco de Nietzsche, sigue preguntándose: ¿y ahora qué? Volvemos así a Rosalía y a las proclamas periodísticas: ¿la respuesta a esa pregunta decimonónica es el retorno a la religión, y en particular (como mínimo en España) al catolicismo? Salta a la vista que no: las iglesias siguen vacías, los seminarios y conventos siguen vacíos, el número de católicos cae en picado desde hace décadas. ¿Qué está ocurriendo, entonces? Con toda probabilidad, nada; que no cunda el pánico: Dios no ha resucitado, a Rosalía se le pasará el arrebato místico y una monja adolescente vasca es tan insólita que por esa razón Ruiz de Azúa ha filmado una película sobre ella. Lo único que puede estar ocurriendo es algo que tarde o temprano iba a ocurrir, y es que en España estemos empezando a superar la fobia anticatólica que hemos padecido; una fobia, sobra decirlo, del todo justificada: por 40 años de nacionalcatolicismo y por siglos y siglos de una Iglesia siniestramente clerical, reaccionaria, belicosa, fúnebre, sexófoba y pegada como una lapa a los ricos y los poderosos. Eso sí podría estar ocurriendo: que empiece a desaparecer esa inquina ganada a pulso y, seamos creyentes, ateos o mediopensionistas, iniciemos una relación menos enfermiza con la religión, más libre, desembarazada y respetuosa, análoga a la que disfrutan países que, como Francia, se libraron del despotismo religioso mucho antes que nosotros. En cuanto a la Iglesia católica, su destino mejor es el que auguró Benedicto XVI, que no sé si fue un gran papa, pero fue un gran teólogo: la Iglesia del futuro debería ser mucho más pequeña y más militante; también, me atrevo a añadir, mucho más radical, mucho más leal al cristianismo de Cristo y a estas palabras del socialista y místico Charles Péguy, tan justas como extravagantes para quienes solo hemos conocido la Iglesia española, históricamente especializada en pervertir el cristianismo originario: “No hay nada más alejado del espíritu burgués que el cristianismo”.
¿Dios ha vuelto? Ganas me dan de terminar con esta frase de Bernard Shaw: “Periódico: herramienta incapaz de distinguir entre un accidente de bicicleta y el colapso de una civilización”. Nota aquí.
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Edgar Oceransky
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Félix Maraña
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viernes, diciembre 05, 2025
Diego Frenkel
“La respuesta de la gente disparó que estemos haciendo un disco nuevo”
Mientras termina su primer trabajo de estudio en 18 años, la banda repasa su historia y adelanta temas en vivo.
Este viernes 5 de diciembre, en Niceto Club (Niceto Vega 5510), a partir de las 20, La Portuaria bajará la persiana de su 2025. Año que sirvió de plataforma de lanzamiento para el tercer ciclo del grupo. Al mismo tiempo que ultima su próximo álbum de estudio (el primero en 18 años), el gran laboratorio groovero y multicultural de la música popular contemporánea argentina recuperó el video de la presentación del disco Devorador de corazones, consumada en el estadio Obras Sanitarias en 1994. Sin embargo, la construcción de esta narrativa, por lo menos puertas afuera, sucedió formalmente el 12 de abril, con la introducción de su nueva formación en el Quilmes Rock, donde además encaró una performance que terminó por convertirse en una de las grandes sorpresas del festival.
“Lo del Quimes Rock es difícil de explicar”, afirma Sebastián Schachtel, tecladista y acordeonista de la banda. “Teníamos muchísimas dudas, pensamos que quizás no iba a venir gente a vernos. Pero cuando vimos esa cantidad de público, se produjo una inyección de adrenalina. Fue un show de 40 minutos, lo que te da la oportunidad de mostrar todas las armas juntas. Es más efectivo que cualquier recital largo. También fue fundamental la devolución de la gente: llegamos a sentirla apenas tocamos la primera nota. Eso disparó y generó lo que estamos haciendo ahora, el deseo de continuar con el nuevo disco”. A lo que Diego Frenkel, cantante y guitarrista, añade: “La inclusión de Fernando Samalea (batería) y María Eva Albistur (bajo) nos cohesionó como grupo. Y a Yamile Burich (saxo) la trajimos porque maneja el lenguaje del jazz”.
-¿Se viene una vuelta al jazz?
Diego Frenkel: -A ella no la trajimos por el rock sino por el jazz. Y además porque es una performer increíble. Si bien La Portuaria tenía a Alejandro Terán como icono del saxo, a medio camino del jazz, del rock y de otras tantas influencias, a mí ella me cuadraba perfecto porque no había tocado nunca en grupos de rock. Caí en un barcito en el que estaba tocando y me volví loco. Tiene mucho que ver con la esencia de discos como Huija, Devorador de corazones y un poquito de Escenas de la vida amorosa, donde el saxo cumple una función jazzística. Entonces, en esa miscelánea, le propusimos que viniera y fue alucinante.
-O sea, ya no tienen excusa para no tocar “Supermambo”. Es más, esta encarnación de la banda coincide con el 30 aniversario del disco que lo contiene, Huija.
Sebastián Schachtel: -Es un disco muy especial para nosotros por cómo fue trabajado y por la sonoridad que estábamos buscando. Fue recontra pensado. Todavía uno lo pone y suena muy bien. En Navegar es preciso, el disco que hicimos en vivo en Niceto como resultado de la pandemia, incluimos dos temas de ahí (“Donde hubo fuego” y “Sofía”).
D.F.: -En ese vinilo abordamos todo el eclecticismo musical que se manejaba a mediados de los años ’90. Fue un lenguaje en boga que abrió mentes y oídos, era una enorme oportunidad artística en una época en la que industria, prensa y público necesitaba sectorizar etiquetar. Y de la que fueron parte grupos como Mano Negra, Rage Against The Machine y los Cadillacs, y en el que nacieron estilos como el trip hop y se produjeron diálogos entre el jazz y el hip hop. En esos cruces paganos estuvo La Portuaria. Nota aquí.
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Voces por Palestina
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Ale Zéguer & Rodrigo Rojas
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Rodolfo Serrano
El viaje. Un instante
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Efecto Mariposa & Dani Despistaos
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Cerdo Rojo
Otro imperdible en Areco: Charcutería de autor y sándwiches premium en un esquina icónica
Es el nuevo proyecto de dos especialistas en genética porcina que ya proveen su carne a Don Julio y El Preferido. Charcutería de maduración lenta, productos de origen y una carta breve de sandwiches que hacen honor al sello de la casa.
a esquina tiene esa impronta inolvidable. Un frente extenso de ladrillo a la vista, gastado por los años y las experiencias a cuesta. Este sitio supo ser varias cosas, restaurante, pulpería, hogar de tertulias interminables. Ahora, alberga un nuevo proyecto en San Antonio de Areco, novedoso por su contenido, pero siempre con un pie en las tradiciones. El primer golpe es el aroma. Apenas se abre la puerta, un aire frío arrastra una mezcla de aromas que anuncia piezas que maduraron mucho antes de que este local abriera sus puertas. La luz cálida recorta cámaras colmadas y la barra frente al piso de pinotea que deja entrever embutidos madurando en un sótano inesperado. Cerdo Rojo tiene algo de lugar descubierto más que creado: un espacio que da la sensación de haber estado ahí, esperando a que alguien lo revelara.
La historia, sin embargo, no empieza en esta esquina de Alsina y Fitte, ni en los jamones colgados con una paciencia antigua. Empieza mucho antes, en granjas y galpones donde Guillermo Lloveras y Alberto De Lorenzi pasaron años dedicados a la genética porcina. Una actividad silenciosa, meticulosa, que los acostumbró a los tiempos largos y a mirar la carne desde un ángulo que en la Argentina casi nadie miraba. “Sabíamos que teníamos que abrir camino en la calidad de la carne porcina. En Argentina nadie hablaba de eso, y en el mundo es un tema central”, recuerda Lloveras. Habla de un mercado que paga más por las carnes RFN —rosadas, firmes y no exudativas—, muy valoradas en Japón, Corea o Tailandia, donde el consumo se orienta a cortes equilibrados, jugosos, con grasa bien distribuida.
Ese contraste con el mercado local era evidente. Mientras la industria se concentraba en producir carne magra y eficiente —adaptada a procesos y no al paladar—, ellos seguían la pista de algo distinto. “La máquina de producir cantidad de carne se divorció de la preferencia del consumidor”, explica Lloveras. “Cuando la gente elige carne, quiere sabor, jugosidad, aroma, grasa en equilibrio. Y sin embargo fuimos hacia cortes cada vez más secos”. El desfasaje entre lo que se producía y lo que se deseaba se volvió una idea fija. Si esa carne no existía en el mercado argentino, habría que construirla.
La primera decisión fue abrir, en 2016, una carnicería en Areco. No era un movimiento desesperado ni un salvavidas económico. “Era agregar valor y construir estabilidad”, dice De Lorenzi. Tenían la convicción de que, si la gente probaba una carne de cerdo distinta, la iba a elegir. Pero no era solo vender: era enseñar. Nuevos cortes, nuevas formas de cocción, nuevas texturas. En un pueblo profundamente bovino —donde varios les recomendaron no hacerlo—, la propuesta era casi contracultural. Nota aquí.
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Carlos Sadness
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Rafa Mora
El efecto dominó del tiempo.
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Love of Lesbian
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jueves, diciembre 04, 2025
Joaquín Sabina
Un mundo sin Joaquín Sabina, a los ojos de un periodista fanático de su obra
El cantautor español dio su último concierto. Y aunque asegura que seguirá haciendo canciones, ya no habrá posibilidades de volver a verlo sobre un escenario.
Que deja y qué faltará en el futuro.
Un día pasó. Una noche nos fuimos a dormir, no importa en qué parte del planeta, y cuando despertamos, habitábamos un mundo en el que a Joaquín Sabina, después de medio siglo, ya no lo esperaría ningún escenario más. Nunca más.
Cuando el domingo 30 de noviembre de 2025, en el Movistar Arena de Madrid, la impecable banda de Joaquín Sabina llenó el aire con la nota final de Yo me bajo en Atocha, poniendo fin a la gira “Hola y Adiós”, con la que el genio de Úbeda reunió a más de 700 mil espectadores en más de 70 conciertos en todo el mundo, la atmosfera quedó abrazando el “hueco de una ausencia”, que sus seguidores no podremos llenar en los días que nos queden.
Fueron casi una veintena de discos es una carrera que comenzó en el siglo XX y finalizó en este siglo XXI. En los que su voz ronca y su poesía infinita fueron banda sonora de la vida de millones de personas.
De este y del otro lado del océano, el universo Sabinero con sus personajes, reales, luminosos y taciturnos, acompañó a varias generaciones a mirar el mundo desde un lugar en donde “con premeditación y alevosía” se declaraba como un principio irrenunciable que “de nada sirve vivir 100 años” si “el escenario no te pinta las canas”, y vaya que lo hizo.
Sus ojos. Su subjetividad. Su forma de ver el mundo, fue un puente entre Madrid y Buenos Aires. Entre la más alta literatura y los más peligrosos arrabales. Fue bandera de amistad, amor y melancolía. Hizo del desamor un destino hasta deseable “porque amores que matan nunca mueren” e hizo del recuerdo un camino y de la fantasía un destino.
Recuerdos en primera persona
Descubrí a Joaquín ya cerrando la adolescencia, cuando todavía “nadie podía robarme el mes de abril”. Lo descubrí en una casa donde Joan Manuel Serrat era amo y señor. Donde había libros de Gabriel García Márquez y Dalmiro Sáenz. Donde nos despertábamos con canciones de María Elena Walsh en la radio, mientras soñábamos con lluvias ruidosas en las persianas plásticas, para faltar a la escuela. Donde las crisis económicas se licuaban al calor de una familia repleta de amor. Donde Fito Páez empezaba a ser la novedad y donde Charly García completaba todos los huecos. Ahí apareció Sabina, entre el niño que no terminaba de irse y el adulto que uno nunca quiere llegar a ser.
En sus letras descubrí dos mundos, en los que habitaba desde siempre, como si fueran líneas paralelas, pero que, en esas poesías, estaba la imposible intercepción de ellos.
Antes que nada, en Joaquín estaban mis viejos. Estaba la nostalgia incurable de papá y las alas infinitas de mamá. La bohemia de uno y los libros de la otra. La inocencia y el pecado. La resaca y el olvido. Todo habitaba en él, de una forma descarnada y armoniosa. Tan honesta, que hizo que cuando lo encontrara, en un CD de Física y Química, no lo pudiera dejar nunca más.
Los años pasaron. Y aunque fui y volví de su obra, nunca dejé de conmoverme con sus declarativas más sinceras. Con sus culpas más profundas y con sus vuelos más terrenales. Nunca dejé de sentirme un “pez de ciudad en una playa sin mar”.
Los días que vendrán
"¡Maldigo del alto Cielo, que nos expropio su canto!", le escribió alguna vez a Violeta Parra y hoy podemos decir lo mismo sobre él. Sobre el tiempo que inexorablemente gana su batalla y obliga a este cantautor de 76 años al retiro de los grandes escenarios. “No soy yo, ni tú ni nadie, son los dedos miserables que le dan cuerda a mi reloj”.
Por suerte seguirá haciendo música, seguirá componiendo y creando. Y algunos compartirán sobremesas con él entre guitarras y anécdotas, pero ya no más su bombín arriba del escenario como símbolo de aquellos conciertos inolvidables.
Acá nos queda un mundo un poco más gris, menos irónico y definitivamente más chato. En el que los días pasaran “como pasan las cosas que no tienen mucho sentido”, hasta que alguien desde algún listado de YouTube recuerde esos años de Mentiras piadosas.
Un mundo sin Sabina en un escenario, será un mundo más de likes que de gustos, más de poses que de bailes, más de visualizaciones que de miradas, más de viralizaciones que de Cronopios.
Un mundo sin un nuevo concierto de Sabina, sin un último cuento de Fontanarrosa, sin una gambeta más de Diego, sin un inesperado desorden de Piazzola. Será un mundo al que tendremos que volver hacer valer la pena.
No será fácil, porque dejaron la vara demasiado lejos de las ultimas nubes que podremos ver. Quizá sea el precio que pagamos por haber ocupado el mismo aquí y ahora que ellos. Puede ser, no me parece un precio tan alto intentarlo, con tan de haberlos disfrutado.
Por eso, ahora que ya no más. Ahora que “este adiós no maquilla un hasta luego”, ahora que “al lugar donde fuiste feliz ya no podrás volver”, ahora que “al punto final de los finales no le siguen dos puntos suspensivos”, te diremos, para siempre, gracias Maestro. Gracias por hacer que ser cobarde no valga la pena, por más que ser valiente siga saliendo tan caro. Nos diremos adiós, ojalá que volvamos a vernos. Ojalá. Nota aquí.
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Florida Garden
Cafetines de Buenos Aires: el origen de un sitio que fue vanguardia y rompió con lo establecido en medio de un entorno conservador
El Florida Garden abrió en 1962 en la esquina de Florida y Paraguay. Los hitos y personalidades que pasaron por la calle a la que rinde homenaje, el por qué de su nombre y los interrogantes sin respuesta sobre qué arquitectos plantearon su diseño disruptivo e innovador.
El Florida Garden es un café irreverente, singular, un quiebre con lo establecido, vanguardista, con una escalera curva e imponente que baja por el centro del salón, dos plantas, barra de tragos, barra para cafés al paso y está revestido en cobre. Abrió en 1962 en la esquina de Florida y Paraguay.
La calle Florida primero se llamó del Correo. La actual denominación le fue puesta por el Directorio en 1814 en homenaje al triunfo patriota obtenido en la batalla de La Florida, en el Alto Perú, hoy Bolivia. Desde siempre fue la senda elegida por los pobladores de la vieja aldea para caminar desde el centro hacia las barrancas donde funcionaba la Plaza de Toros, actual Plaza San Martín. Florida es nuestro escaparate mayor. Donde se expone a cara descubierta nuestro devenir histórico. Fue el recorrido social elegido por los porteños por sobre el plan urbano que concibió a la Avenida de Mayo como proyección de una ciudad que se pensaba europea.
Por su eje desfilaron las fuerzas de Urquiza luego de derrotar a Rosas en Caseros en 1852. También las tropas del General Bartolomé Mitre, recién llegadas del Paraguay, vencedoras de la Guerra de la Triple Alianza en 1870. Entre ese año y 1880 fue elegida por familias de la élite para construir sus mansiones. Senillosa, Somellera, Pellegrini, Torcuato de Alvear tuvieron sus domicilios en la calle Florida. Presidentes como Mitre, Roca y Uriburu la caminaban a diario.
Hacia 1900 el tramo entre Rivadavia y Corrientes simbolizaba el Salón Social de Buenos Aires. Allí funcionaban el Sportsman, la Confitería del Águila, la Rotisserie Charpentier. Sirvió también como sede de instituciones sociales: la Sociedad Rural, el Jockey Club, el Círculo Naval y Militar y el Club de Gimnasia y Esgrima. Las menciones pueden resultar interminables: la casa de Mariquita Sánchez de Thompson, las reuniones del Grupo Florida en la Confitería Richmond, las caminatas de Jorge Luis Borges, las tiendas Bon Marché —actuales Galerías Pacífico—, Harrods, el Plaza Hotel, el Kavanagh, etcétera.
Dentro de los diferentes territorios que se observan a simple vista a lo largo de la calle Florida, el Florida Garden se ubica en el segmento que representó a lo establecido, pero que luego fue ruptura y transgresión. Ahí reside, para mí, su mayor valor. Se convirtió en un referente de la innovación dentro de un entorno que fue conservador.
¿Pero entonces fue idea de los accionistas abrir un café con esas características en ese rincón de Retiro? ¿Quién fue el arquitecto proyectista? ¿Por qué le pusieron Florida Garden?
En la semana fui por las respuestas. Llegué al café a media mañana de un día feriado. Pensé que encontraría a Javier Fernández, uno de sus dueños, más tranquilo y disponible para una charla. Me costó encontrar una mesa libre. El Florida Garden no sabe de calendario. Siempre trabaja a tope.
Javier es hijo de Jobino Fernández, un asturiano arribado a Buenos Aires en 1953 para emplearse en gastronomía. Jobino empezó como lavacopas en un boliche de la calle Medrano. Su primer sueldo le representó lo mismo que hubiera ganado durante un año en España. Así eran las cosas. Jobino Fernández llegó a ser gerente de El Reloj, la confitería de Lavalle y Maipú. Luego formó parte del primer grupo de accionistas del Florida Garden. Me cuenta Javier que muchas de las sociedades que se crearon para administrar bares y cafés las armaban martilleros que interesaban a distintos socios que podían conocerse entre sí de anteriores gestiones como no. Por ejemplo, en el Florida Garden, entre otras, participó la familia Fernández como también los Banchero de La Boca. Algunos ingresaban al negocio aportando capital mientras que otros lo hacían con trabajo.
Hoy Javier tiene 57 años. Este hijo de Jobino y Ángela, una gallega de Lugo, entró como socio y gerente administrativo del Florida Garden en 1995. Con treinta años al frente del café ha visto pasar varios siglos de historia por sus ventanales. Digo bien. Ya saben ustedes lo que representa en tiempo un año calendario en esta ciudad y en el país. Afirma Javier, sin poder constatar el dato con documentos, que el Florida Garden fue el primer local todo vidriado de la ciudad. Y no hay por qué ponerlo en duda. Recuerden, el café abrió a principios de los sesenta. Pero, además, como para avalar la idea de lo provocador del proyecto, señala que el techo de la barra está a doble altura. Es decir que le resta la intimidad habitual de esos espacios. Y que, además, el piso superior no mira hacia la calle sino que balconea hacia el interior. Le pregunto a Javier si, entre las mencionadas transgresiones, fueron sus padres, los Banchero o algunos otros socios, los que decidieron ponerle Florida Garden al negocio. “Habrá sido una decisión conjunta”, me dice. Lo cierto es que existían motivos. Nota aquí.
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Rodolfo Serrano
Una mujer sola en un bar
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