martes, octubre 28, 2025

Bar La Orquídea

 Cafetines de Buenos Aires: un bar histórico de Almagro sobre el que flotan leyendas acerca de Gardel y la búsqueda del amor

El café bar La Orquídea abrió a principios de los años 50 en la esquina de Corrientes y Acuña de Figueroa. Se dice que en esa intersección, una mujer puso una orquídea sobre el cajón del “Zorzal criollo” al pasar el cortejo fúnebre y ahí mismo encontró marido. Se dice que tiempo después las mujeres solteras dejaban orquídeas en las ventanas del bar para ver si corrían la misma suerte.

Hoy vengo a contarles una historia que nos atraviesa como porteños. Contiene a Carlos Gardel, el tango y el barrio Almagro. Un relato que recorre la calle Corrientes, pero en sentido contrario al tránsito vehicular. Del puerto a la Chacarita. Claro que con una parada intermedia en un auténtico cafetín barrial. Me refiero al café bar La Orquídea, el templo cultural almagrense que abrió a principios de los años 50 del siglo pasado en la esquina de Corrientes y Acuña de Figueroa.

Le debía una visita litúrgica a La Orquídea. También a Almagro. Hacía rato que no me daba una vuelta por el vecindario. Entré al café, como suelo hacerlo siempre, con la intención de escribir la crónica en el lugar, y busqué un toma donde enchufarme. “Acá no tenemos ningún enchufe” me respondió el mozo mientras yo deambulaba sin rumbo revisando zócalos. Bien. No voy a negar que me reconfortó saber que La Orquídea es un café analógico. Y volví al cuaderno y la birome.

La Orquídea es un hito dentro del patrimonio barrial. Deudo del difunto Mercado de Flores que ocupaba la manzana de enfrente. De allí tomó su nombre. Aunque hoy traigo otro motivo. Ya lo conocerán.

El local es un amplio, generoso y luminoso salón revestido en madera hasta tres cuartos de altura. Las ventanas son guillotinas. Todavía mantienen el barral de bronce a la mitad para que corran cortinas. Aunque estas fueron retiradas desde la última puesta a punto del lugar hace unos 15 años. El café bar tiene cuatro ventiladores de techo, también de madera, con tulipas con forma de flor. Hay siete percheros de pared. Casi todo el frente del salón está acompañado de la barra. Son diez metros aproximadamente de madera y estaño. El personal viste a tono con el mobiliario. Los ventanales, algunas pizarras en el interior y los carteles que indican los géneros a la entrada de los baños están intervenidos por el maestro de fileteado Gustavo Ferrari. Bingo. La armonía es total. Ahora La Orquídea también ha aumentado su capacidad con unas mesas afuera. Están en un deck que avanza por sobre Acuña de Figueroa. Ideal mascotas.

Ordené un café con una medialuna y vino acompañado de una porción de budín de pan. De haberlo sabido evitaba la harina. Sépanlo. Dato.

La feligresía habitual de La Orquídea está integrada, casi en su totalidad, por vecinos. Muchos escritores, miembros de la colonia artística y músicos. Mario Alarcón, el actor que hace de juez en El secreto de tus ojos, charla con unos amigos en la barra. Los mozos bandejean cafés con leche y medialunas. El fuerte del local es su tostado de miga. En una mesa un sesentón con “las nieves del tiempo plateando su sien” se toma un cortado en jarrito acompañado de huevos revueltos. Los muchachos de antes no usaban proteínas. Consumí mi servicio y me acerqué hasta la barra para charlar con el encargado. Se llama Alterio Mora. Alterio —que es su nombre de pila— lleva 38 años en La Orquídea. Sobrevivió a cinco cambios de propietarios. Así me dijo. El hombre algo bien debe hacer. Nota aquí.










Alberto Leal & Alejandro Ferre


 

La Vela Puerca

 

Gustavo Santaolalla


 

Celia Cruz

 ¡Azúcar! El centenario de la Guarachera de Cuba

Tras un siglo desde su nacimiento, el legado de Celia Cruz no ha envejecido un solo día y los homenajes lo muestran.

Hace 100 años, en el barrio Santos Suárez, en La Habana, nació Celia Caridad Cruz Alfonso, Celia Cruz. Una mujer que, sin proponérselo, se convertiría en uno de los símbolos más poderosos de la cultura latinoamericana en Estados Unidos y el mundo. La “Guarachera de Cuba”, la “Reina de la Salsa”, vino al mundo el 21 de octubre de 1925. Desde niña mostró su pasión por el canto, que la llevó a ser una de las voces más reconocidas, si no la más, de su Cuba natal.

Celia estudió magisterio por su padre, un fogonero ferroviario que quería que —como profesora de escuela— tuviera respetabilidad y pudiera ascender socialmente; no hay que olvidar que era una joven mujer afrocubana en la década de los cuarenta. Su madre, en cambio, también aficionada a cantar, apoyaba su pasión. De joven participaba en concursos radiales y cantaba en pequeñas agrupaciones, ascendiendo poco a poco hasta que, en 1950, reemplazó a Mirta Silva como vocalista de la legendaria Sonora Matancera. Allí se consolidó como una de las voces más admiradas del continente. Su estilo era inconfundible: potente, rítmico, lleno de sabor caribeño y de una energía que traspasaba los escenarios.

Sin embargo, la historia de Celia no puede contarse sin el drama del exilio. En 1960, durante una gira con la Sonora Matancera en México, el grupo decidió no regresar a la Cuba de Fidel Castro; Celia quedó exiliada para siempre. El régimen la declaró “enemiga de la Revolución” y le prohibió volver. Ni siquiera pudo despedir a su madre al morir. Desde esa ausencia, sin embargo, nació su leyenda. Celia se convirtió en el alma de la diáspora cubana, la voz que mantenía viva la memoria de una patria perdida.

Ya en Nueva York, en 1962, se casó con Pedro Knight, trompetista de la Sonora Matancera; Pedro fue su compañero inseparable por más de 40 años. Él abandonó su carrera para convertirse en su representante y consejero. La pareja, que nunca pudo tener hijos, fue siempre discreta y amorosa, encarnando una de las historias más sólidas y tiernas del mundo artístico latino. Vivieron juntos hasta la muerte de Celia, en 2003. Pedro moriría en 2007.

Durante la década de 1970, en Nueva York, Celia vivió una segunda consagración al ritmo de la salsa, el género fruto de la mezcla de músicos de todo el Caribe —cubanos, puertorriqueños, dominicanos, panameños y colombianos— que fusionaron el son, la rumba, el mambo y el jazz latino. En esa creación colectiva, Celia jugó un papel fundamental. Nota aquí.



Carlos Chaouen


 

Cantoalegre & Marta Gómez

 

Rebeca Jiménez


 

Alejandro Vigil

 Resiliencia

Hay noches que no tienen fecha.
Solo un presentimiento.
El aire se vuelve más denso, el silencio se estira… y uno sabe.
La helada no grita: susurra.
Se cuela entre las hojas nuevas como una sombra helada que no pide permiso.
Desde chico entendí que la primavera no era promesa:
era una espera.
Esa espera que se clava hondo en la memoria familiar, donde cada generación aprendió a mirar el cielo y no bajar la cabeza.
Encender fuego en medio de la oscuridad no es solo defender la viña.
Es resistir a lo inevitable, desafiar sin soberbia, abrazar sin certezas.
La helada no es enemiga.
Es maestra.
Nos recuerda que la tierra no pertenece: se comparte.
Y que la verdadera fuerza nace en la fragilidad.



Sofía Ellar & Mateo Falgas

 

El Drogas


 

Juanlu Mora


 

Manolo García

 

Ismael Serrano


 

Ramón Serrano

 DOCE ROSAS Y NADA MÁS

a Àfrika
No sé cómo llorar
nada sé hacer sin ti
nada
qué lejos te has escondido hija
ahí tras las sombras
a contraluz del cariño y de las rosas
no sé cómo hacer tantas cosas
después del abandono a mi soledad
pasan los días señalados
de regalos y de champán
no puedo brindar por tu cariño
sólo se que tengo que llorar
y no puedo
mis lágrimas son añicos de cristal
rompen y rasgan el hipotálamo
y sangran grumos de soledad
envíame una palabra de terciopelo
que amortigüe la tristeza
ese silencio de la penumbra
tristes tardes de melancolía
cuando pienso que todavía eres
mi princesa Gumersinda de verdad.



Lila Downs


 

Idígoras y Pachi


 

lunes, octubre 27, 2025

Rubén Ibero

 "La pulpería "

El dueño sirve la copa...
¡A los serios parroquianos!
Ponchos, rebenque en la mano
¡Y de polvorienta ropa!
El mostrador se desoca
En busca de un acomodo
El humo lo envuelve todo
Y achina mucho los ojos
Con orientales antojos
Entre lágrimas de lodo.
¡Repleta la estantería!
Tiene vinos espumantes
Y limetas, de las de antes
Sin gargantas con baquia.
¡Cajas de varias porfias!
Telas para costurear
¡Un farol sin apagar!
Gastando querosén bueno
Y unas bolsas más o menos
Al piso, a medio llenar...
Al costado una rejita
¡Proteje cosas pequeñas!
Dónde el bolichero empeña
Toda su ciencia infinita
Entre conversa palpita
¡El momento de ofertar!
¡Una rastra singular!
¡O un facon de plata fina
Mientras su tez se ilumina
Pensando que va a ganar.
En tanto el piso de tierra
¡Acomoda unos papeles!
Que como hojas de laureles
¡Ganan la mugrienta guerra!
Mientras el mozo se aferra
¡A servir y convidar!
Que alguno habrá de comprar
Con el pico ya caliente
Y en dónde habla esta gente
Se cobra... y no hay que firmar.




Silvio Rodríguez


 

Nach

 

La Vela Puerca

 Mi vida en 20 canciones: La Vela Puerca y el sueño de la melodía perfecta

La banda uruguaya repasa sus creaciones más emblemáticas mientras se prepara para celebrar tres décadas de hermandad en el estadio Ferro.

Mirar para atrás y hacer un balance. Eso le pasó Sebastián Teysera, el Enano, cantante y compositor de La Vela Puerca, el emblemático grupo uruguayo que está celebrando sus primeras tres décadas con una gira que incluye una importantísima escala, el primero de este mes, en el Estadio de Ferro, en Buenos Aires (entradas acá). “En medio de la gira, estaba solo en la habitación del hotel, y me puse a ver Normalmente anormal, y me voló la cabeza”, explica. Se refiere al documental que dirigió Agustín Ferrando Trenchi, creador del formato Tiranos Temblad, en 2009, cuando la banda festejaba quince años. “Viendo esas imágenes me di cuenta de que lo que estamos festejando ahora no son treinta velitas en una torta, sino el camino que hicimos, y de la manera que lo hicimos. Cómo fuimos creciendo no sólo como músicos, sino como banda, como personas y como amigos. Porque la amistad que teníamos antes de ser compañeros de este sueño y de subirnos a este barco es diferente a la que tenemos ahora”. 

Sebastián Cebreiro, el Cebolla, vocalista del grupo, alza la copa. “Hay gente que me pregunta si algún día voy a tener algún proyecto propio, como si este no fuera mi proyecto. Yo siempre digo que tener una banda es facilísimo. Pero tener una familia, en cambio, es lo más difícil del mundo. Y por eso nos hemos pelado las pestañas para sostenerla en estos 30 años. Es difícil porque estás mucho más tiempo abajo del escenario, en un bondi, en un avión, en un barco con tus compañeros que arriba. En estos treinta años hemos visto crecer a nuestros hijos, nos hemos ido de campamento y de vacaciones juntos y hemos llorado a nuestros amigos muertos. Son 30 años de vida, que, definitivamente, han valido la pena. Y si en todo este tiempo no sacamos tantos discos es porque, en definitiva, lo que siempre hemos querido hacer es respetar cada uno de los momentos que nos ha tocado vivir y a veces hemos postergado grabar un disco por ir a tocar a un lugar donde las canciones nos han arrastrado como una especie de corriente en un río que que no podés manejar”. 

Los dos Sebastianes, el Enano y el Cebolla repasan con ROLLING STONE una vida llena de canciones. Pero, antes, reflexionan sobre ese curioso artefacto. “Una canción de rock tiene que tener un condimento de denuncia. Puede ser cultural, política o social. Y tiene que tener algo de dolor con el huequito de esperanza ahí en el fondo. Como una utopía alcanzable”, define el Cebolla. 

“Yo transito la etapa de la composición con mucha presión, pero con la experiencia de que todo va a ir fluyendo. Padezco la crisis de la página en blanco, pero es un miedo sano. Lo primero es la melodía, la secuencia de acordes, la vestimenta con la banda y después me voy con la melodía a escribir la letra. Y soy un enfermo de la métrica melódica, porque para mí la melodía es la canción. Puedo estar una semana buscando una palabra que entre en esa melodía. Desde hace muchos años, me tomo algunas semanas para escribir las letras del disco, lejos de mi casa para no tener distracciones. De cábala, antes de empezar, escucho ‘Lucha de gigantes’, la canción de Antonio Vega. Los primeros días ya sé que va a ser todo un caos, que no me va a salir mucho. Hasta que la moto arranca”, cuenta el Enano. Nota aquí.





Ismael Serrano


 

La M.O.D.A

 

Bar La Populacha

 Abrió un singular bar oculto en el sótano de un viejo almacén de ramos generales

Cristian Díaz Gattuso compró una esquina en Parque Avellaneda, donde levantó un bodegón y este reducto subterráneo.

“Es un búnker de la nostalgia”, dice Cristian Díaz Gattuso, propietario de un bar oculto ambientado en los años 50, época de oro del tango argentino, que está en el sótano de un viejo almacén de ramos generales de 1940, en el corazón de unos de los últimos barrios en formarse, Parque Avellaneda.

“Veo que existe una Buenos Aires que se está perdiendo y acá la queremos recuperar”, dice Díaz Gattuso.

El bar subterráneo está debajo del bodegón Olivera, también de Cristian. “Estamos sobre seis esquinas”, afirma. Una rosa de los vientos porteña, a dos cuadras del Parque Avellaneda, el tercer pulmón verde de la ciudad.

El bar abrió sus puertas el 25 de mayo de 2024, pero estuvo oculto por más de 20 años. Su pasado tiene el misterio propio los lugares que merecen seguir contando historias: se rumorea en las veredas que era un lugar secreto donde se juntaban los radicales y que recibía la frecuente visita de Frondizi, y que luego fue un cabaret.

Durante los últimos años funcionó como el depósito de un comedor barrial. “No se podía entrar”, dice Díaz Gattuso. Restaurador de bares y con experiencia en devolverle la vida a lugares que están en serios problemas de desaparecer, estuvo el frente de la recuperación de otro un ícono de Buenos Aires y pilar de la identidad de Parque Avellaneda: el bar y almacén de ramos generales Yiyo el Xeneize.

Cuando pasaba sentía que la historia de ese lugar lo llamaba. Lo atendía el hijo del dueño, pero la esquina estaba en estado terminal. “Pensé: si no hacemos algo, esto va a desaparecer”, y junto con un socio lo convirtieron en lo que hoy es: una parada obligada para los amantes de la comida de inmigrantes y del goce vintage. Cuando vio que el antiguo almacén volvía a latir, su vida le tenía preparado otro desafío.

“Pasaba siempre por Avenida Olivera y sentía un imán”, recuerda Díaz Gattuso. En la actual esquina donde hoy funciona el bodegón Olivera, en marzo de 2022 existía un comedor barrial. Sencillos y gastados pizarrones en la calle ofrecían milanesas con papas fritas. Diaz Gattuso frenó su auto. Pensó unos segundos y se decidió, le hizo caso a su intuición.

“Entré y fui al mostrador para hablar con la dueña”, recuerda. Le dijo sencillamente que si estaba cansada y quería pasar más tiempo con sus nietos, que él estaba interesado en esa esquina. Que no le diera una respuesta inmediata, ni apresurada. Le dejó su teléfono y se fue. “A los dos días me llamó”, cuenta Díaz Gattuso. “La vida me empujó de vuelta al lugar donde nací, esa esquina me llamó”, dice.

Siete cuadras

Nació a siete cuadras, y ahora tenía un gran sueño por cumplir delante de su vida. Tenía un problema que resolver: no tenía dinero para hacer la operación. Así que comenzó a buscar socios. No los halló. “La dueña se desprendió de sus empleados, y estaba esperando cerrar la venta”, afirma Díaz Gattuso. La plata no aparecía, menos el socio. Las soluciones suelen estar muy cerca y eso sucedió. “Yo no podía dormir”, confiesa.

Un día se despertó y la vida le cambió. Su esposa le dijo: “Yo te doy la plata”, y así fue como pudo comprar esa esquina que lo desvelaba. La sociedad quedó en la familia. El proyecto se volvió íntimo y poderoso. El plan necesitaba primero de la mano de obra de Díaz Gattuso, e hizo lo que mejor sabe hacer: regresar a la vida elementos a punto de morir.

“Restauré todo y comencé a pensar en el bar escondido”, dice. La primera etapa fue reabrir el bodegón Olivera, la vieja esquina donde en 1940 se inauguró el Café del Sol, y a un costado atendía el almacén de ramos generales. Se vendía vino a granel. Las bordelesas se bajaban al sótano, el lugar secreto. Finamente el 14 de octubre de 2022 se reabrió el bodegón y el plan de Díaz Gattuso de hacer el bar secreto se puso en marcha.

“Quise que el barrio hiciera propio el lugar”, cuenta. Tardó dos años en abrir el bar. Los procesos de las cosas importantes son largos, los hilos del destino tienen su propio tiempo. El sótano estaba en mal estado, pero la premisa que se obligó a cumplir fue modificar lo menos posible la estructura. Las paredes hablan y aquí el diálogo era claro: hacer un homenaje a una Buenos Aires perdida, que aquí en secreto hallaría nuevamente brillo y vida.

“Soy un apasionado de los objetos antiguos”, dice Díaz Gattuso. Tiene una teoría: para él elementos del pasado absorben la energía de las personas que los acompañan y del tiempo en el que viven. El sótano reclamaba una nueva oportunidad, pero debía limpiar su pasado. “Muchas de las cosas que decoran el bar estaban escondidas”, dice. Cuando recuperó el espacio se enfrentó con un dilema: qué personalidad tendría el bar. Nota aquí.













Yoly Saa

Marta Soto

 


José Antonio Labordeta

 Acuérdate

Acuérdate de cuando fuimos niños
los turbios niños
de cuando fuimos vivos
por pura complacencia del destino.
Mudos.
Turbios niños
Callados
cuando fuimos niños
Creciendo
silenciosamente educados.
Nunca
fuimos realmente niños
en mitad del dolor amargo
de las guerras.
¿Y ahora?
nunca seremos nada
Nunca
es imposible así
con este aire de injusticia
brutal acometida
ante los ojos.
Acuérdate de cuando turbios
niños fuimos despoblados.
Nada como entonces
a pesar de todo.



Carlos Chaouen


 

Álvaro Villagra

 

Ramón Serrano

 EL SILENCIO DEL CIELO

El silencio es un aire lejano
que tiene más caras que un muerto
el silencio no es un jardín bifronte
es el pasto solano que brilla
más allá del horizonte del cielo
hay silencios ruidosos
que suenan a Jericó trompetero
otros que se deslizan
por la cuesta de los cencerros
callados como el musgo de orilla
en las praderas del miedo
cuando tocan campanas de iglesia
el aire compungido se muere
y no sabe el destino que viene
cae el sol en lontananza
al abismo del llanto
y temblores de ángeles enfermos
los silencios tienen mil caras
como un punto en el espacio siniestro
a veces ves la bruma de un beso
larga como la raya del mar
cuando invade la espalda del cielo
otras se te aparece
como un campo de amapolas
llorando entre el trigo verde
hay silencios de ángeles de mármol
que tristes cantan en los cementerios
hay un terrible silencio
que viaja mudo por lo eterno
es un silencio de laberinto
sin salida al valle de lágrimas
ni ventanas al páramo sangriento
el más brillante de los silencios
resplandece como la música
en la orquesta de los ángeles celestes
ahora yo paseo por el silencio del parque
dónde mis acacias sueñan en verso
el vuelo de las mariposas
por la ribera de las sombras en celo
hay silencios de muy corto minuto
otros se alargan como la vía de un tren sin frenos
en el sotobosque marino
sólo lloran los espinos ciegos
por los siglos de los siglos
con encaje de bolillos en la orilla
y el frío ángel marmóreo
impávido en el cieno eterno.



Andrés Suárez

Adrián Berra

 

Claudia Schijman

 Murió Claudia Schijman, actriz de "El Eternauta" y "Menem"

Claudia Schijman, reconocida actriz y docente, murió este domingo, a los 66 años. Su muerte fue anunciada por la Asociación Argentina de Actores. Entre sus últimos papeles, se destacó su participación en El Eternauta, la serie protagonizada por Ricardo Darín.

“Con profunda tristeza despedimos a la actriz y docente Claudia Schijman. En sus más de tres décadas de trayectoria artística se lució en teatro, televisión, plataformas, publicidad y cine”, afirmó la Asociación en un comunicado. 

“Nuestras sentidas condolencias a sus familiares y seres queridos”, completaron. 

Tal como detallaron desde la Asociación, y en el sitio especializado IMDb, Claudia actuó en el episodio 4 “Credo”, el 5 “Paisaje” y el 6 “Jugo de tomate frío” de El Eternauta.

Además, otro de sus últimos trabajos fue en la serie Menem con su papel de recepcionista.

Quién era Claudia Schijman: su trayectoria

Claudia Schijman nació el 8 de agosto de 1959. Para su carrera artística se formó con Norman Brisky, Ricardo Bartis y Guillermo Angelelli.

Su debut en televisión fue El Palacio de la Risa, con Antonio Gasalla y lo acompañó en los ciclos Gasalla en Telefe y Gasalla en Libertad.

También participó en Verdad Consecuencia, Trillizos, Buenos vecinos, Malandras, Disputas, Hechizada, Por amor a vos, Juanita la soltera, Ambiciones y Soy tu fan.

Por otro lado, se destacó en películas como Cohen Vs. Rosi, Tres esposas, Diario para un cuento, Flipper, Pendeja, payasa y gorda, En peligro, Los cipreses, Terminal, La felicidad es una leyenda urbana, Mi reino por un platillo volador, Evita (de Alan Parker), Corazón iluminado (de Héctor Babenco) y el cortometraje La cámara.

Su trayectoria teatral incluye las obras Brebaje, Erecto, Las descamisadas, una gesta, Éxodo, Yo escribo. Vos dibujás, entre otras.

Además de sus papeles como actriz, dio talleres de actuación en el Hospital Borda, la Clínica Psiquiátrica Santa María, el Centro Cultural Ricardo Rojas, el centro Cultural Recoleta, escuelas primarias y otros centros culturales. Nota aquí.



Víctor Claudín


 

Erlich


 

domingo, octubre 26, 2025

Fito & Fitipaldis

 

Luis Tosar

 “La gente que vive contigo no tiene por qué comerse el marrón de que tú estés transitando por lugares oscuros”

En una profesión regida por las modas y los altibajos, el gallego es de los pocos actores españoles que siempre han estado allí. Acaba de estrenar ‘La deuda’, de Daniel Guzmán, y en diciembre volverá con ‘Golpes’, el primer largometraje de Rafael Cobos.

“Yo no soportaba a Denzel Washington”, dice Luis Tosar (Xustás, Cospeito, Lugo, 54 años). Zapatillas deportivas, vaquero gris, camiseta negra, afeitado completo, Tosar bebe café de un vaso de plástico en un estudio de fotografía de Madrid en el que ha pasado tres horas posando con una naturalidad escandalosa. “Es increíble”, murmura Pablo Zamora, el fotógrafo, viendo el trabajo recién hecho en pantalla: “No viene ni a mirar cómo ha quedado, es imponente”. “Yo no soportaba a Denzel Washington”, sigue Tosar. “Pero luego lo vi en una película hacer una cosa tan sencilla, tan buena, que me dejó alucinado. Era una peli en la que lo extorsionaban por teléfono y hay un momento en que le dan una información que le va a joder la vida. Y en ese momento, que dura un segundo, le cambia la mirada, los ojos se nublan, ya es otro. Y eso es la hostia, eso lo hace la gente muy grande”.

Cuando aún no era muy grande, el epicentro de la vida de Luis Tosar, y de Luis Zahera cuando aún se llamaba Luis Castro, y de Jorge Coira, y de tantos intérpretes veinteañeros gallegos que soñaban algún día con dedicarse al cine, era El Atlántico, un bar en la zona vieja de Santiago. Por allí también paraba otro aspirante a actor, Gonzalo Cortizo, que acabó en el periodismo. Cortizo sigue siendo amigo de Tosar (“todo el que se hace amigo de Tosar es amigo de Tosar para siempre: no olvida a nadie”). Cuando tenía 19 años, Cortizo le pidió a Tosar que le ayudase con la mudanza: se iba de casa. Tosar creyó que era una mudanza sin importancia. Le prestó su Renault Express para guardar las pocas cosas que tenía su amigo en su cuarto. Entró en la casa, sonriente, y la madre de Cortizo lo arrinconó contra la pared y le montó una bronca monumental: “¿Tú eres amigo de este? ¿Y dejas que se vaya de casa? ¿Tú sabes que deja a tres mujeres solas, sus dos hermanas y yo, que soy viuda? ¿Y tú le ayudas?”. El actor, violentado, no sabía dónde meterse. Han pasado más de 30 años, y la madre de Cortizo, cuando se le aparece Tosar en la televisión, dice siempre: “Menudo hijo de puta”.

De alguna manera, reconforta encontrar al menos a alguien que no pasa por el aro de la unanimidad sobre Tosar. Un tipo bueno que deja huella. “En el set es el que se sabe los nombres de todos los eléctricos, el que hace amigos de verdad. Cero flipado. Y en el día 25 de rodaje, cuando ya hay tensión, cuando las cosas se ponen duras y las relaciones se resienten, hace cuatro mamonadas y relaja todo”, dice su viejo amigo de Santiago.

Entre cine y series usted ha hecho más de 100 papeles, no incluimos teatro (Tosar empezó muy joven en el prestigioso Centro Dramático Galego). ¿Es posible que en todos esos papeles, también los antagónicos, haya algo de usted, una suerte de sello?

Siempre se encuentra algo ahí. Uno nunca se va del todo de su propio cuerpo. Hay una manera única de hacer las cosas que pertenece a los actores. Y cuando tienes la oportunidad de ver a alguien durante mucho tiempo y analizar sus trabajos, te das cuenta. Es interesantísimo. Hay unos pequeños hilos conductores, aunque el papel cambie mucho. Por ejemplo, Javier Bardem. Javier es un tipo camaleónico y cambia radicalmente de un personaje a otro. Pero tiene pequeños hilos conductores que de alguna manera definen su trayectoria. Hay que saber mucho de actuación y pasar mucho tiempo viéndolo para darse cuenta.

¿Por ejemplo?

Uno obvio es De Niro. Tiene sus tics ya interprete a un policía o a un delincuente. Pero a mí me fascina. Es cierto que De Niro es mi debilidad. Más que Pacino, sí. Tengo bronca por esto con muchos compañeros.

La abrumadora y reconocida (tres goyas) carrera de Tosar lo va a colocar en el futuro en el lugar de los clásicos del cine español. Ha estrenado en cines ahora La deuda, de Daniel Guzmán (dos Premios Goya, por el cortometraje Sueños y la película A cambio de nada), con Itziar Ituño, Susana Abaitua y el propio Guzmán en el reparto, y estrena el 5 de diciembre Golpes, primer largo de Rafael Cobos (Goya por los guiones de La isla mínima y El hombre de las mil caras), con Jesús Carroza y Teresa Garzón. Cine quinqui de atracos en los ochenta en el que Tosar interpreta a un policía hermano de un delincuente. Y sí, le toca perseguirlo. “Es una película en la que tienen que ver los vínculos familiares y tu destino, cuando tú crees que las cosas están ya más o menos enderezadas y nunca están enderezadas del todo. Y estos dos hermanos son las dos caras de la moneda en una España en agitación. Porque en esos años, cuando se empezó a construir un poco lo que hoy tenemos, imagino que mucha gente tuvo que tomar decisiones muy importantes y muy graves con respecto a cómo seguir adelante”, dice Tosar. Nota aquí.



Juan Fernández Fernández


 

Pala

 

Silvio Rodríguez

 Con Milo J como invitado, Silvio Rodríguez se despidió de Buenos Aires con un show inolvidable

A los 78 años, la figura de la Trova Cubana repasó sus temas más emblemáticos en su tercer show con entradas agotadas en el Movistar Arena.

Los músicos lo dejan solo y Silvio Rodríguez, vestido de tonos negros y con sus tradicionales gorra y anteojos, se aferra a su guitarra, vuelve a sentarse en el centro del escenario y ruega silencio, pero la mitad del público que colmó el Movistar Arena, sorprendido con el inesperado retorno del cantante cubano cuando muchos estaban a punto de salir del teatro, grita con exaltación, con las luces de la sala ya prendidas, “Y Silvio no se va /y Silvio no se va/ no se va” y “Una más, y no jodemos más/ una más, y no jodemos más”. Faltan minutos para la medianoche del miércoles 22 de octubre, a casi tres horas de concierto, y Silvio entonces entona, suave y pulsando su guitarra acústica, como si estuviera en un fogón, que en el borde del camino hay una silla, habla de zapatos gastados, de soldados y amantes, de maderas y metales, de sombras y sudores. “El que tenga una canción tendrá tormenta/ el que tenga compañía, soledad/ El que siga un buen camino tendrá sillas peligrosas que lo inviten a parar/ Pero vale la canción buena tormenta/ y la compañía vale soledad/ Siempre vale la agonía de la prisa, aunque se llene de sillas la verdad”, y se despide lacónicamente, saludando a sus 78 años como un viejo amigo, el paso lento hacia los camarines, íntegro y cansado después de un maratónico espectáculo.

Los que permanecieron en la sala no pueden contener la emoción, filman, aplauden, se abrazan, algunos se suben a las butacas y son retados por personal de seguridad, otros especulan con que si volverá a salir, si había salido con tantos bises, por qué no una más, una ofrenda inesperada que brote de su garganta, la que había estado un tanto afónica en su primera presentación pero que esta noche lució maravillosa, yendo de menor a mayor, firme y con esos fraseos poéticos que, junto a los acordes inconfundibles de su guitarra, lo convirtieron en el trovador de Latinoamérica, el compositor que salió de la isla revolucionaria hacia el mundo con un arma entre sus brazos: el arte de la canción, en letra, voz y guitarra.

Tal vez muchos de los que siguen expectantes, cerca del escenario, hayan escuchado “Historia de las sillas” en alguno de los 14 míticos recitales de 1984 con Pablo Milanés en Buenos Aires, junto a invitados como Víctor Heredia, León Gieco y Piero, amigos con los que se reencontró ahora, fuera del escenario, en una nueva visita después de siete años. Esos mismos enjugan las lágrimas, en un recital de memoria, nostalgia y emoción familiar, y retienen las últimas estrofas, porque definitivamente esas serán las últimas: pese a la típica insistencia del público argentino, que no cesa de aplaudir para un nuevo regreso de su ídolo, prolongándose en largos minutos, parados y sonrientes con los integrantes del staff queriendo convencer a los estoicos que no se rinden, ardientes porque había sido un retorno fuera de todo plan, impredecible como la misma trayectoria musical del cantautor, capaz de tocar solo en un gran escenario, acompañado de una orquesta o con amigos en centros culturales con mal sonido, que ya hay que abandonar el lugar, ganar la calle y así cada cual guardará el hechizo como mejor le parezca. Como si tres horas de concierto de un casi octogenario, acontecimiento fuera de serie para el parámetro de los shows internacionales, no hubieran bastado.

Si un concierto en vivo se puede medir en un conjunto por la audacia de su repertorio, por el clímax entre músicos y público, por la performance y la entrega de su líder y por la espontaneidad de la experiencia artística, el tercer y último de Silvio Rodríguez cerrando su gira en Argentina es de los excelsos y memorables de este año y, quizás, de los más épicos de la nutrida historia de él con el país que en la noche del martes le hizo recordar a Taty Almeida, la madre de Plaza de Mayo de 95 años a quien dedicó una epifánica versión de “El unicornio”, uno de sus tantos clásicos que convidó y el cual hace unos días subió en las plataformas en una ajustada colaboración con Jairo.

De su fecundo vínculo con Argentina, que cruza generaciones, sensibilidades y estilos musicales, a mitad del espectáculo ocurrió una hermosa sorpresa: invitó a cantar a Milo J, a quien presentó con las palabras “talento, talento”. A Milo lo dejó completamente solo, en gracia, mientras el joven de 18 años soltó unas tímidas “es la primera vez que lo veo, y estoy cagado hasta  las patas”, antes de cantar la folklórica “Luciérnagas”, el tema con el que homenajeó a su abuela y que en su letra y voz contó con la colaboración del cubano, acompañado de un guitarrista y haciendo estallar al público, consustanciado con su frescura escénica y con una de las más bellas canciones del disco La vida era más corta, uno de los sucesos de 2025. Juntos anunciaron, además, que todas las regalías del tema serán donadas a las Abuelas de Plaza de Mayo. Nota aquí.