sábado, abril 05, 2025

Pedro Guerra e Ismael Serrano

 

Eduardo Galeano


 

Robert de Niro

 “No soy un tipo duro, soy un actor. Hay que distinguir el actor y el hombre”

Más que un actor, De Niro es una leyenda viva que, a los 81 años, sigue en la brecha: estrena la película ‘Alto Knights’, la serie ‘Zero Day’ en Netflix y tiene una hija de dos años.

En la serie de Netflix Zero Day, Robert De Niro interpreta a un expresidente a quien apodan Leyenda. Y si algún actor puede ostentar ese título es este neoyorquino de 81 años. Para algunos, el mejor actor vivo. Y para otros, simplemente el mejor de todos los tiempos. La mayoría de los personajes que ha encarnado son enormes: por cada papel como el de Una historia del Bronx (1993), un padre trabajador que intenta mantener a su hijo fuera del crimen, hay cinco hombres temibles, poderosos, oscuros o marcados por su pasado: Taxi Driver (1976), El padrino (1972), El cazador (1978), Uno de los nuestros (1990), El cabo del miedo (1992)...

Nadie como él ha sido capaz de humanizar a seres sombríos en largometrajes inolvidables. Pero, en persona, De Niro no se parece a sus personajes. En las distancias cortas es tranquilo, reservado e insiste en que le llamen Bob. No pone exigencias y, cosa rara en estrellas de su estatus, escucha. Pregunta. Quizá sea esta curiosidad lo que le ha ayudado a dar vida a tantas interpretaciones históricas y a llevarse dos Oscar —actor de reparto en 1975 por El padrino, parte II (1974) y mejor actor en 1981 por Toro Salvaje—. La sesión de fotos es en el Hotel Bowery, en Manhattan. Aunque el establecimiento solo tiene 20 años, la decoración evoca el Nueva York de mediados del siglo pasado y está justo al lado de Little Italy, el barrio donde De Niro creció. Mira por la ventana del piso 14 donde nos encontramos y, por un momento, parece perdido en sus pensamientos, como si las imágenes de su niñez en el próspero Manhattan de después de la Segunda Guerra Mundial recorrieran su mente a toda velocidad.

Pero vuelve, tras un minuto, sin melancolía y solo interesado en hablar de sus nuevos proyectos: el ya mencionado thriller político Zero Day y The Alto Knights, dirigida por Barry Levinson (Rain Man), donde interpreta a dos históricos jefes de la mafia, Frank Costello y Vito Genovese, íntimos amigos desde la infancia pero enfrentados a muerte de adultos, en los años cincuenta.

Creció en Little Italy, pero solo su padre era medio italiano. ¿Se identificaba como italoamericano? Pasé mucho tiempo en este barrio y, bueno, me identificaba con los italianos. [Se acerca a la ventana para contemplar la vista desde la 14ª planta] Mirando ahora veo muchos edificios nuevos mezclados con los viejos referentes. La perspectiva desde aquí es diferente. Conozco bien el Bowery, conozco estas calles, pero ha cambiado tanto que me cuesta ubicarme.

¿Entonces fue el barrio el que le moldeó? Tampoco. Estuve aquí tres o cuatro años. Era un adolescente.

Para muchos, Robert De Niro equivale a italoamericano. Pero si tenemos en cuenta sus raíces, irlandesas, alemanas y francesas, el retrato es más complejo. Siempre me he identificado con esa parte del barrio y con los chicos con los que crecí. Es gracioso, porque en The Alto Knights rodamos cerca de donde estamos hoy, a unas manzanas de aquí. Me estaba acordando también de que hace poco participé en un documental de Martin Scorsese en el que aparecían dos de esos chicos con quienes crecí. Uno de ellos sirvió de inspiración para Johnny Boy, el personaje que interpreté en Malas calles (1973).

Aquel fue su primer papel importante. Tenía 30 años, pero había dejado el instituto con 16 para dedicarse a la interpretación. Suena arriesgado... ¿Cómo convenció a sus padres? Lo que hice fue casi dejarlo. Me apunté a Bachillerato nocturno en el centro cuando tenía 17 o 18 años. Compartía aula con adultos de otros países que tenían un trabajo durante el día e intentaban obtener un título homologado para salir adelante. Yo, de día, iba a la escuela de arte dramático.

¿Y a sus padres les pareció bien? A mi madre, sí.

¿Y si sus hijos hicieran eso? ¿Le parecería bien también? ¡En absoluto! Pero me gusta pensar que les apoyo. Creo que todos se esfuerzan al máximo. Nota aquí.



Vanesa Martín

 

Daniel Cros


 

Rosa Montero

 Contra los matones

La palabra respeto no existe en el vocabulario de los matones; la han sustituido por el término sumisión

Como tantas otras personas, últimamente asisto, anonadada, al increíble, impensable espectáculo de la subversión de los valores más básicos, como si medio planeta hubiera perdido de repente la cabeza y el corazón. Siempre hemos sabido que la maldad existe, pero la historia de la humanidad, con sus avances y sus retrocesos momentáneos, con sus tropezones y sus instantes de gloria, es la historia de un esfuerzo colectivo por controlar y minimizar dicha maldad, por hacernos mejores de lo que somos. He sido educada en esa conciencia moral, en el convencimiento de que el abuso del poderoso sobre el débil es repugnante y algo de lo que la sociedad debe defenderse. Pero ahora, de la noche a la mañana, el modelo a seguir es el del abusón. Carta blanca para la atrocidad y la humillación. Los matones del colegio han sido nombrados directores del centro.

He escrito muchas veces sobre el acoso escolar, esa tragedia descomunal que se desarrolla justo delante de nuestras narices sin que le hagamos el suficiente caso. Es una brutalidad que debería haber sido erradicada hace mucho tiempo, porque el agudo sufrimiento que produce puede llegar a destruir a las personas para siempre. En los casos más extremos, o bien los niños y adolescentes se suicidan, o bien se convierten en verdugos: por ejemplo, en la inmensa mayoría de las matanzas cometidas por escolares en los colegios de EE UU había habido problemas de acoso. Y es que humillar al prójimo nunca sale gratis. Además, al tolerar semejante brutalidad en las aulas estamos construyendo un modelo de convivencia para la vida adulta. Una sociedad basada en una relación de abusadores y víctimas sólo puede empeorar, envilecerse, reventar.

Trump es un matón modélico y perfecto, el mezquino energúmeno que pega capones al compañero de pupitre, que le roba el bocadillo cada mañana no porque tenga hambre sino porque le deleita su desconsuelo, que mete la cabeza del alumno estudioso en el retrete para demostrarle que, por muy listo que se crea, aquí el que manda es él, el bravucón, la fuerza bruta, el acosador que se alimenta del miedo de los otros. No se puede entender de otro modo el feroz comportamiento del presidente norteamericano, sus constantes coerciones económicas, la amenaza de subir al 50% los aranceles a Canadá para hundir su industria de acero y aluminio, el chantaje a la debilitada Ucrania para quedarse con sus tierras raras, la megalómana y peligrosa declaración de que Canadá debería ser parte de Estados Unidos… Sí, Trump y los suyos, el matón de la clase y sus pandilleros, están dispuestos a comerse a los vecinos, a quedarse con su parte del mundo, desde Groenlandia hasta Tierra de Fuego, aunque para ello tengan que pisotear los acuerdos legales existentes. La palabra respeto no existe en el vocabulario de los matones; la han sustituido, con plena conciencia de lo que hacen, por el término sumisión.

Y lo peor es que no estoy haciendo una metáfora. Cuando digo que Trump es un matón de colegio no me expreso en sentido figurado, sino que, por desgracia, su comportamiento es literalmente igual al del zafio bravucón que aterroriza a la clase. Los demás alumnos nos arrugamos, callamos, temblamos, nos amedrentamos. Me impresionó de manera especial la ceremonia de entrega de los Oscar: ni una sola referencia a Trump. Claro que, si en el ámbito internacional andamos así de acoquinados, imagínate ahora lo que tiene que ser soportar a este energúmeno en tu propio país. Las tropelías y las amenazas están a la orden del día en EE UU. La gente está asustada con razón. El mal anda suelto y desbocado.

Ahora bien, aunque comprendo el miedo (y lo comparto), no podemos ceder a él. El matonismo escolar nos ha demostrado que la única manera de acabar con los abusadores consiste en que todos los demás alumnos se enfrenten a ellos. Agachar la cabeza y mirar para otro lado empeora las cosas, como dijo Niemöller: si no defiendes a quien está siendo atacado injustamente, cuando vengan a por ti ya no quedará nadie que pueda defenderte. Es difícil responder, lo sé, porque los bravucones son capaces de arruinarte la vida. Pero hay que hacerlo. Tal vez podamos abrir camino los mayores. Cuando has alcanzado la suficiente edad, los matones ya no pueden arrebatarte mucho futuro. Sí, tal vez sea la hora de los viejos. Y, detrás de nosotros, los demás. Hay que moverse. Nota aquí.



Salvador Sobral & Jorge Drexler

 

Guiu Cortés, Ferran Exceso & Dani Tejedor


 

Rulo y la Contrabanda

 Elena nos cuenta por Facebook.

Rulo y la Contrabanda

Precioso concierto dentro del Guitar BCN con su Gira de Teatros dónde lo acústico y lo íntimo destacan, con un despliegue de detalles que te transporta magistralmente a una bucólica estación de tren, ese lugar privilegiado donde las emociones y los sentimientos contrapuestos se mezclan entre la frugalidad del tiempo y la nostalgia, donde la tristeza de las despedidas se cruza con la alegría de los reencuentros .
Reinosa, ciudad natal de Raúl Gutiérrez, Rulo, es el punto de partida de este viaje sonoro. Transmite fenomenalmente el Romanticismo y la melancolía de esos lugares LIMINALES , donde la alegría de los reencuentros se cruza con la tristeza de las despedidas.
Está claro que Me gustas… o así nos lo ha hecho saber el vocalista, Barna me gustas mucho! Y este formato tan de cercanía, se presta a la caricia de invierno y a retomar temas que en electrico no encajan tanto.
Un quinteto de músicos versátiles:
- Batería y maleta de percusión: Chilo
- Cuerdas : mandolina / bajo /slide bass: @baraldesdani
- Guitarra eléctrica: @fitogarmendia_oficial
- Acordeón y contrabajo, guitarras y percusión: @enrique_mavilla
- Armónica, pandereta, teclados, guitarra y voz: Rulo
TUVE UNA BANDA TUVE UN SUEÑO TUVE UN ATAQUE DE CORDURA CUANDO ENTREGUÉ MI ALMA AL ROCKNROLL. Gracias por ello.
Memorable concierto RYLC, enérgico, sólido, vibrante y lleno de acordes y notas brillantes, dulces y trágicas como las propias luces de una estación ferroviaria.
Nos vemos en otro andén y que la vida nos permita subirnos y bajarnos en estaciones musicales de cercanías y de media distancia llenas de conexiones y de magia. Que vuestro #Rock nos acompañe en el viaje.














Haydée Milanés & El B

 

Lichis


 

El Roto


 

viernes, abril 04, 2025

Ricardo Darín

 “Lo que más me impacta de ‘El Eternauta’ es la idea de que no se salva uno solo”

El Juan Salvo de la nueva serie de Netflix cuenta cómo fue sumergirse en los cuadritos de una historia tan argentina y vigente

“Te voy a contar algo pero no se lo podés decir a nadie…”.

Es el mediodía de un lunes de septiembre de 2022 y Ricardo Darín fuma en la puerta de un cine de Belgrano. Acaban de estrenar para la prensa Argentina 1985, el film que en poco tiempo sacudirá las boleterías y en el que él es el protagonista descollante. Está expectante por el estreno y se muestra orgulloso, claro, pero, a los pocos minutos, cuando le pregunto qué sigue y cuáles son sus próximos pasos, algo se enciende en él. La ráfaga de una sonrisa allana su rostro y tras un rápido micromovimiento de cuello, como asegurándose de que no lo escuche nadie, se acerca y me dice al oído, con los ojos llenos de celeste optimismo: “Estoy filmando El Eternauta. No digas nada. La dirige Stagnaro. Y es una locura…”.

La noticia era impactante. Al rato, volviendo a casa, comencé a pensar en la idea, y lo primero que apareció fue el enorme desafío al que se enfrentaban. Filmar El Eternauta podía ser como envolver una jirafa: algo imposible. O como escalar el Himalaya, algo tan difícil como único. Desde siempre, desde que en algún momento hace ya mucho tiempo comenzó a circular el rumor de que podía rodarse la obra canónica de Héctor Oesterheld, el comentario inmediato que invariablemente aparecía era ese, que no había forma de que no fuese una proeza, de que técnica y narrativamente debía ser desesperadamente ambiciosa. Pero, además, era un mito, un texto sagrado que solo permite una cosa: estar a la altura.

Treinta meses más tarde, sentado en el jardín de un bar cercano a su casa de Palermo, vestido de jean (campera y pantalón) y con el infaltable Marlboro en los labios, Darín comienza a repasar la larga travesía que fatigaron él y todo el equipo para terminar la primera temporada de la serie basada en la gran historieta argentina, que el 30 de abril se verá por Netflix. A los 68 años (“No sé cómo pasó eso”, ironiza), el gran actor argentino, el protagonista de clásicos como Nueve reinas y El secreto de sus ojos, conserva intactos la elocuencia y el magnetismo que lo hicieron popular. 

“Fue un viaje muy profundo y muy nutritivo –dispara–, porque la esencia misma de esta historia es muy rica. Imaginate lo que habrá significado la aparición de este cómic en el 57, que de casualidad es el año en el que yo nací. Apareció y se fue metiendo en la gente, y yo creo que, básicamente, es porque habla de lo que habla. Le podés encontrar las representatividades y conexiones que quieras, pero, en realidad, de lo que está hablando es de algo que, a todos los que tenemos un poco de sensibilidad, siempre nos ha martillado el cerebro, que es lo contrario a ‘el que cuida su quinta se salva’. Esta historia habla de que no hay forma de salvarse solo, que es codo a codo, interesándote y preocupándote por lo que le pasa al de al lado. Es una historia con la que yo tenía conexión, como creo que la tiene gran parte de mi generación, pero la verdad es que no la había leído toda. Sabía de qué se trataba. Cuando apareció este proyecto y me empecé a enterar de por dónde iba, traerlo a nuestros días, todavía me calenté más. Cuando me junté con Bruno, con la producción, empezamos a planificar y demás, y encima fui invitado a formar parte de la génesis. Eso ya me metió con patas y todo”.

Es una producción con características excepcionales para vos. Nunca habías participado, si no me equivoco, en algo que pusiera un pie en la ciencia ficción, en lo distópico.

Nunca, nunca jamás. Esto es algo muy grande, muy fuerte. Me dio un poco de vértigo la ciencia ficción, tener que convivir con efectos especiales grosos, luchar con monstruos y ese tipo de cosas. Pero cuando empecé a conocerlo a Bruno sentí muy rápidamente que estábamos bastante alineados, que el corazón nos va más o menos para el mismo lado. Es un tipo genial desde muchos puntos de vista, y como profesional ni hablar, es de los que meten los pies en el barro, que no tocan de oído.

Es una historia de ciencia ficción, pero es una historia muy humana.

Muy humana, casi que no tenés permiso de decir que es ciencia ficción. Lo que más me calentó es el hecho de que es una historia recontra argenta, no sabés hasta qué punto, cómo se va desmenuzando y se va claramente identificando con el sentir, no sé si nacional, pero sí con las particularidades de la argentinidad.

Con nuestra idiosincracia.

Sí, y esta fusión entre una historia tan argentina, por sus locaciones, por la forma de hablar y por un sentir, sumado a la ciencia ficción, es un cóctel distinto. No quiero exagerar, pero es distinto. Tengo muchas expectativas con respecto a cómo le llega esto al espectador, porque, además, cuando arrancó esta historia, a los fanáticos acérrimos de El Eternauta no les entraba un alfiler en el culo, porque dijeron: “Esto va a ser una cagada”. Me muero por verle la cara a cada uno de esos, de arranque.

Porque es como una bandera intocable.

Exacto. No me toques esto, no te metas con esto porque me vas a hacer una americaneada. Estoy seguro de que fue por ahí porque, de hecho, lo escribían en las redes. Más allá de que algún que otro boludo puso: “¿Cómo Darín va a hacer de Juan Salvo si Juan Salvo tiene 30 años?”. Se adelantaron. No sabían por dónde iba la bocha. Ese es otro de los aspectos importantes de encarar este proyecto, que es traerlo a nuestros días. A esos también los quiero ver.

¿Cómo fue el proceso de creación de tu personaje?

Fue un laburo codo a codo con Bruno y con los guionistas, que hicieron un trabajo espectacular. Nos juntábamos en casa muchas veces a leer los guiones, los esbozos de guiones, y a tratar de detectar juntos algo que es bastante frecuente: una cosa es la letra escrita y otra cuando pasa por el cuerpo y las voces de los actores. Fue tan intensa y tan larga esa primera etapa, que la disfruté y la padecí casi por partes iguales. La padecí porque, obviamente, no le pude sacar el cuerpo a nada y fue de altísima exigencia, sobre todo para un tipo de mi edad. Fue estar todo el tiempo bajo una nieve inventada. Nota aquí.



Pedro Pastor

 


Rolo Sartorio

 

Ismael Serrano

 Ismael Serrano antes de su concierto sinfónico en Uruguay: "Cantar es una forma de rebelarse ante el pesimismo"

Este sábado, el autor de "Papá, cuéntame otra vez" y "Ahora que te encuentro" se presentará en el Auditorio Nacional del Sodre con un recital sinfónico que reimagina su obra. En la previa, dialogó con El País.

La llamada de El País encuentra a Ismael Serrano en Buenos Aires. Aunque es lunes, el español todavía tiene latente el espectáculo que presentó el sábado en el Movistar Arena. “La verdad es que esta gira es espectacular y el concierto fue una locura”, es lo primero que comenta. “Es todo muy emocionante”.

A sus 51 años, el cantautor vallecano se embarca en el proyecto más ambicioso de su carrera: un espectáculo sinfónico en el que reimagina su obra junto a una orquesta de 40 músicos. La idea nació en 2023, cuando su director musical, Jacob Sureda, comenzó a trabajar en los arreglos orquestales de su repertorio. La lista incluye clásicos infaltables como “Papá, cuéntame otra vez”, “Ahora que te encuentro” y “Si se callase el ruido”, junto a piezas de gran carga emocional como “Estaré ahí”, dedicada a su hijo, y “Vértigo”, una canción de su álbum debut que cobró un nuevo significado con el paso de los años.

El resultado fue Ismael Serrano. Sinfónico, un disco que trascendió el formato musical para convertirse en una pieza de colección. Además de sus ediciones en CD y vinilo, se lanzó una versión especial con acordes de cada canción. El siguiente paso natural fue llevar el proyecto al escenario, y así nació la gira sinfónica, que ya ha recorrido varias ciudades de España, pasó por Argentina y que mañana llegará a Montevideo. Allí, en el Auditorio Nacional del Sodre —escenario habitual de sus visitas a Uruguay—, Serrano se presentará junto a la Orquesta Juvenil del Sodre.

Además del repertorio del álbum, adelanta que el concierto incluirá algunas sorpresas que espera registrar en un segundo volumen del proyecto. Las últimas entradas están disponibles en Tickantel desde 3000 pesos, y hay 2x1 para socios de Club El País.

—Esta gira no solo revela otra faceta de tu rol como intérprete: en el escenario también te mostrás sin guitarra y cantás al servicio de la orquesta. ¿Cómo te sentís cada vez que presentás el espectáculo?

—Es como dejarse llevar para que la orquesta te lleve a volar. Y es verdad que interpreto las canciones desde otro lugar, porque yo no mando tanto en las canciones, sino que pasan a ser un hecho más colectivo. Debe ser algo parecido al vuelo sin motor, donde dependes de las corrientes de aire, y la orquesta siempre me deja en buen puerto. Me gustan mucho las “canciones río”, que son aquellas que no pasan dos veces por el mismo lugar e incluso a veces no tienen estribillo. “Recuerdo” es una de ellas, y esa sensación de viaje casi cinematográfico se potencia con lo sinfónico, que también conecta mucho con lo cinematográfico.

—Al escuchar el disco del proyecto, me sorprendí al descubrir la vigencia de “Si se callase el ruido”, que publicaste en 2007. De hecho, se volvió aún más significativa.

—A veces es bonito que las canciones no pierdan vigencia, pero también es triste. “Si se callase el ruido” habla de la intolerancia y de ese ruido reaccionario que pretende callarnos y evitar cualquier tipo de diálogo. Y es verdad: en vez de calmarse con el tiempo, se volvió más agresivo; es un tanto inquietante. Los conciertos están siendo muy emocionantes porque hay una necesidad de encontrarse en torno a ciertas cuestiones como las que propone “Si se callase el ruido”. Esta gira es una invitación a no sucumbir al desánimo generalizado al que invitan las noticias. Yo creo que, a veces, el pesimismo es una herramienta política para desmovilizarnos, entonces cantar canciones que nos ayudan a entender el mundo es una forma de rebelarse ante ese pesimismo.

—Tu último ejercicio retrospectivo fue Todavía, de 2018, donde reversionabas tu obra en un formato minimalista de guitarra y voz. Ahora vas a lo contrario, con una orquesta de 40 músicos. ¿Cómo surgió la idea?

—Venía de hacer conciertos muy íntimos para reivindicar el canon cantautoril de guitarra y voz, y me apetecía darle un carácter de celebración a mi nuevo disco. Hace mucho que tenía pendiente cumplir el sueño de hacer un álbum sinfónico. Ya había cantando como invitado en algunos conciertos sinfónicos del Teatro Colón en Buenos Aires, pero me faltaba grabar un disco que dejara constancia de todo el trabajo que implicaron los arreglos, y luego embarcarme en una gira. Eso sí, tenía que ser una gira contenida, porque tiene a mucha gente detrás, y por eso viajamos a algunas ciudades de España y de Latinoamérica. El proyecto tiene mucho de auto-homenaje (Se ríe), pero también de reivindicar una forma de hacer discos.

—¿En qué sentido?

—En el de que estamos en un contexto en el que todo es profundamente artificial y la Inteligencia Artificial está por romper el paradigma de la producción musical. Entonces, rodearme de 40 músicos en un contexto en el que prácticamente son pocos los discos los que se hacen con músicos reales, no es algo menor. Me llama la atención que existan los “camps de composición”, donde un tipo te dice cómo es la melodía, otro te dice el estribillo y un equipo elige las palabras pensando más en el algoritmo que en el oyente. Allí dejan afuera a los dictados del alma y al proceso íntimo y personal que surge de la necesidad de contar algo. Por eso, creo que es importante hacer un disco que ponga en valor a las canciones y además les dé un vuelo diferente con el aporte de una orquesta sinfónica.

—Imagino que la selección del repertorio para el proyecto te obligó a mirar a tus canciones desde afuera para volver a aprenderlas. En ese sentido, ¿qué puntos de contacto encontraste entre ellas?

—Creo que hay un empeño por cantarle al nosotros. Es algo que define a la canción de autor y que refiere al mundo que nos toca habitar. No es solamente una cuestión política, tiene que ver con ubicarse en el mundo en el que vives, porque tu vida se conecta con la de los demás. Para mí, la canción definitiva es “Te recuerdo, Amanda”, de Víctor Jara, porque es una canción de amor en la que el contexto social interviene en la historia dramática. Esa mezcla entre lo personal y colectivo sigue estando en mi escritura. Y, sobre todo, encontrar en lo cotidiano, como decía Fernando Pessoa, el misterio de lo desconocido. Me interesa seguir ahondando en nuestras pequeñas batallas domésticas, esas que encierran una épica de las que no somos muy conscientes.

—Y otro aspecto clave en tu estilo está en eso que mencionaste al inicio: las “canciones río”. ¿Estás de acuerdo?

—Sí, me gustan mucho ese tipo de canciones que cuentan una historia como la de “Vértigo”. Aunque los “tiempos TikTok” imposibilitan contar cualquier tipo de historia en una canción, me gusta componer letras que no van dos veces por el mismo lugar y que no repiten el estribillo.

—¿Recordás cuál fue la primera canción que te hizo sentir el orgullo de haber cumplido con estás búsquedas?

—Sí, claro. Era “Papá, cuéntame otra vez” y ocurrió una noche en la Facultad de Sociología. Habíamos intervenido el edificio a modo de protesta por la suba de las tasas académicas, y el lugar estaba lleno de estudiantes que acampaban para acompañar la medida. En esa época, yo ni siquiera había empezado a cantar en cafés; solo me animaba a enseñar mis canciones en las guitarreadas con amigos. En el hall había un tipo que se había llevado un equipo de música y cantaba canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, y mis amigos me dijeron: “Oye, sal y canta una tuya”. Me empujaron y, aunque me daba vergüenza, me acerqué al chaval y le pedí que me dejara cantar. Me dejó su lugar, me puse a cantar “Papá, cuéntame otra vez”, y entonces pasó algo superbonito que me sigue poniendo los pelos de punta hasta hoy: el público estaba en otra cosa, pero poco a poco se fue haciendo el silencio y la gente empezó a escuchar la canción. Cuando terminó, se hizo una ovación y mis amigos, que estaban en una de las galerías de la facultad, se asomaron con el medio cuerpo al vacío mirándose a los ojos y preguntándose entre ellos qué ha pasado. No entendían la efervescencia del momento (Se ríe). Fue en ese momento que entendí que alguna de mis canciones podían llegar a emocionar y a conectar con la gente. Fue algo sumamente genuino que identificaba que “Papá, cuéntame otra vez” podía llegar a algo. Nota aquí.



María José Hernández & Fran Espinosa


 

Luis Eduardo Aute

 

Bar Los Amigos

Cafetines de Buenos Aires: Los Amigos, un tesoro de más de medio siglo escondido en la zona de Tribunales

Antes de la virtualidad de la pandemia por las calles cercanas al Palacio de Justicia caminaban miles de personas y los bares recibían parte de esa afluencia. La virtualidad alejó clientes pero hay lugares que siguen en la pelea.

En 1825 abrió en Buenos Aires un café en el número 7 de la calle Victoria, actual Hipólito Yrigoyen. Frente a la, por entonces, Plaza del Fuerte. Es curiosa la ubicación. La progresión numérica dice que la vereda impar es la derecha y la par es la izquierda. Entonces, si el cero se ubicaba en la calle Balcarce —la orilla del río llegaba hasta la actual Av. Paseo Colón— ¿El local quedaba en la plaza?. No, es probable que al ser Victoria una calle edificada de un solo lado, la numeración corriera para pares e impares. O que la ordenanza municipal no fuera la misma que hoy usamos. El dato cafetero lo obtuve de Jorge Bossio, el autor del libro “Los Cafés de Buenos Aires del siglo XX”.

Cuenta Bossio que el flamante café pertenecía al italiano Victorio Furno y que su inauguración fue un fracaso de convocatoria. No fue nadie. Por esos días había llegado al Río de la Plata la noticia de que Bernardo de Monteagudo había sido asesinado en Lima, Perú. Monteagudo había nacido en Tucumán en 1789, año de la Revolución Francesa. Era de origen afroamericano. Cursó estudios en la Universidad de Chuquisaca donde participó, en 1809, de la primera revolución libertaria que fue ferozmente reprimida. Lo llevaba en su carta natal. Monteagudo estuvo preso en Chuquisaca, pero huyó y se instaló en Buenos Aires. Aquí fue director de La Gaceta y fundó el periódico “Mártir o Libre”. Su influencia política y revolucionaria en la asamblea del Año XIII lo llenó de enemigos y se exilió en Europa. En 1817 volvió, pero no se detuvo en una Buenos Aires en permanente estado de tensión. Siguió viaje rumbo a Mendoza y se unió a José de San Martín. Nota aquí.






Daniel Cros & Diego Lara


 

Leiva

 

Ramón Serrano

 DEL ROMANCERO APÓCRIFO

Por la ventana un silbido
en el asfalto guitarras
en el camarote la noche
viste música de gala
entre faralaes y palmas
arandelas en el madero
al ritmo de las gitanas
las voces cantan y lloran
lloran y cantan profundas
de la mina hasta la rambla
la noche carreta cargada
pañoletas estrelladas
en lo profundo del mar
yace muerta una soleá
tanto suspirar por el agua
en la venta de la eritaña
tarantos en el charco la pava
por la ventana un silbido
en el asfalto guitarras
se arranca por bulerías
la voz de la madrugá
la guita de manzanilla
boquerones y aceitunas
en vela más allá del alba
la luna con velo blanco
se durmió de nana en nana
por el monte de los gitanos
la rumba baila que baila
entre palmas y cajones
los payos la luna amagan
por la ventana un silbido
en el asfalto guitarras
riadas de manzanilla
bajan al mar por las ramblas.



Nacho Garrido


 

León Gieco

 

Rafa Mora

 NO ES LO MISMO

No es lo mismo cerrar la puerta uno a que la cierre el viento.
Que disipe el portazo todo hálito de humo.
Que su llave oxidada se pierda entre la niebla.
Que sea una frontera entre el beso y la nada.
No es lo mismo cerrar la puerta uno a que la rompa el tiempo.
Que sea cerradura el horizonte intacto.
Que crea la esperanza que en ella está el destino.
Que el frío del invierno congele sus bisagras.
No es lo mismo cerrar la puerta uno a que la cierre el olvido.
Porque a través de mirillas quedarán nuestros ojos,
varados en los sueños con pétalos de luna.
Porque al cerrarla uno,
el ruido que allí habita,
se queda en el recuerdo del tacto de sus pomos.
No es lo mismo cerrar la puerta uno a que la cierre la duda.
Porque es ávida de sombras
la certeza indecisa.
Y herido queda el cielo cuando
sangra el futuro.



Paco Cifuentes


 

Tute

 


jueves, abril 03, 2025

Rodolfo Serrano

 Un día luminoso.

Dios está azul —como escribió el poeta—.
En las calles, la gente
bebiéndose la vida, el sol, a tragos.
Es la felicidad. El mundo, el cielo, el aire.
Pero verás como alguien va y lo jode.
En el metro, hoy, una muchacha
—guapa, por cierto—
me sonríe…
y me cede su asiento,
muy amable, ya ves.
(Maldita sea).
Foto de Raul Cancio.



Black Amaya

 

Nito Mestre


 

Fito Páez

 Fito, su Novela, y los misterios del amor

Con un nuevo álbum (colorido y delirante) como una muy buena excusa, en esta conversación Fito Páez muestra lo que ocupa su cabeza y su corazón cuando mira al pasado y le apuesta a la esperanza, a pesar de los pesares.

Más que con otro mundo, Novela abre con una dimensión paralela, desconocida hasta ahora, un espacio en el que Fito Páez ha trabajado durante décadas dando vida a los lugares y personajes más retorcidos de su larga carrera. Una academia de brujería en la que no se respeta ningún sentido de la simetría, no hay sillas ni camas porque el descanso no existe, no hace falta. Allí, los alimentos “no se ingieren, se imaginan”, y ningún objeto se parece a los que conocemos en la Tierra. Allí hay camellos con cabezas de teléfono y cíborgs medievales.

Rectitud Martirius, férrea e implacable rectora de esta institución, impone el examen más difícil: “La formación de un romance perfecto en parajes lejanos”. El problema es que sus alumnos no imaginan lo que puede ocurrir cuando se juega con el amor.

El tiempo pasa, como ha pasado desde que el rosarino empezó a crear todo esto, y el Circo Beat llega a nuestra dimensión, a un pueblecito argentino, después de atravesar un agujero negro, en contra de la fuerza de gravedad más poderosa del universo, y ese circo es “un antiguo organismo pleno de viejas historias y rencillas de todo tipo”. Se acerca a la vida misma, y se ubica cerca de un “prostíbulo bienhechor”.

Entonces, ocurre una tragedia, y los testigos distorsionan el recuerdo tal como cualquiera deforma su propia historia para encontrar asideros que le salven la vida, aunque queden heridas, rencores y cabos sueltos, esas cosas que también dan forma a la vida.

Y dejamos ahí, porque es mejor entrar en Novela, en la magia de esto (que durante tantos años circuló extraoficialmente como un demo, como un bootleg), y hablar con su creador para entenderlo mejor, aunque él no vaya a darnos nada masticado.

Fito, empezaste a trabajar en Novela hace ya más de 30 años…

Sí, en realidad fue en el 88. Fue en paralelo con Ey!, me acuerdo. Yo necesitaba sacarme el fantasma de Ciudad de pobres corazones, que es un disco maldito que hubiera preferido no escribir. Entonces, empecé a juguetear, y apareció Ey!, pero en paralelo a la composición estaba haciendo Novela, que después se puso en paralelo con la hechura de Tercer mundo, y después se puso en paralelo con todos los discos que seguí haciendo, porque duró muchos años, precisamente porque la idea era poder filmar una película también.

Vos debes recordar o saber del modelo de Quadrophenia de The Who, que era contar una historia con canciones y en la tapa del álbum meter al oyente a través de una lectura previa de un texto. Townshend contaba un poco el contexto donde sucedía la historia entre los mods y los rockers en la Inglaterra de esos años, y termina siendo una fotografía de la clase media inglesa.

El formato me interesaba en esos años, contar una historia dentro de un álbum, pero con personajes y ubicar al oyente con fotografías o dibujos en el lugar donde va a suceder todo. Entonces, tomando ese modelo, inicié la composición y la escritura de un guion en paralelo; todo se iba modificando a medida que iba escribiendo también. Aparecieron muchos amigos que ayudaron y aportaron a esto o a lo otro. Para resumirte, porque es larguísima la historia, de las 12 canciones originales quedaron solo cinco en el álbum y compuse las otras 17 en abril del año pasado.

Claro, ese es un punto importante…

El material más grande lo hice el año pasado. Siempre en el marco de las piezas que decidí que eran fundamentales para contar la historia de aquellos años, porque había algo ahí de una pureza increíble. De las que quedaron no toqué una sola coma del texto ni de la música; solo rearreglé el arreglo de cuerda que tenía en el 88, ahora es otro, o rearmonicé alguna canción, pero te diría que están casi todas igual.

¿Cómo fue encontrarte con eso que habías hecho a los veintitantos? ¿Cómo fue el reencuentro con ese material?

No fue nada sorprendente, porque todo el tiempo estaba revisando los materiales, los grababa de vuelta, los investigaba, agregaba una canción más para ver si funcionaba, probaba cosas. Siempre estás revisando mucho material; la tarea del músico es estar encerrado en una casa, en un laboratorio. Entonces, no fue, “¡Mira esto que estaba ahí escondido!”, no. Siempre fue un proyecto que estuvo cerca, solo necesitaba mucho tiempo para realizarlo, y por otro lado, también una especie de espacio de libertad real. Acá necesitaba una gran cuerda, necesitaba que grabáramos todos juntos, necesitaba hacer mucha tarea de escritura de orquesta y de grabar, para después pasarlo a papel. Había que hacer mucho laboratorio, y para eso necesitas tiempo y dinero, no es así no más… Tomé la decisión y Sony me apoyó con todo.

Hay una cosa que me llama mucho la atención, y es encontrar que el Circo Beat es un concepto del 88. Cuéntame un poco sobre eso, por favor.

Lo que terminó llamándose ‘Circo Beat’ en Circo Beat se llamaba ‘As de póker’ y era el circo que estaba dentro de Novela. Pero como veía que Novela no avanzaba, ‘As de poker’ pasó a ser ‘Circo Beat’, que fue una canción maravillosa. Ahora el ‘Circo Beat’ es el circo de la historia y está en Novela. El otro día le contaba a un colega que me preguntaba por el proceso de Novela, de tantos años, y yo decía algo que me resulta de lo más natural, y es que hay cosas, músicas, proyectos que están allí hace muchos años y que, en un momento, por algún motivo u otro, necesitan salir, y vos también necesitás soltarlo.

Me había pasado con Confiá (2010). Me acuerdo que fui a grabar el álbum, y no tenía nada, tenía solo ocho compases de aquí, 16 de allá, una idea para una letra… esta canción ‘Confíá’ terminada entera sin letra, que es dificilísima la métrica de la melodía. Finalmente, me voy a este lugar, a Córdoba, a un hotel, me llevo una veintena de músicos, técnicos, y nos vamos con unos generadores de sonido, una consola, y yo no tenía nada… Finalmente, el álbum apareció y la letra de esa canción maravillosa apareció, y se llamó ‘Confiá’, porque la experiencia se trató de confiar.

Entonces, también vivir las cosas hace que le des vida a esas músicas, a esas palabras en algún momento, un poco más tarde, pero todo lo que hacemos tiene que ver con el tiempo. A eso voy, y que eso no tiene que asustarle a nadie. Todo está “enreverado” en la materia del tiempo, y [hay que] tener la paciencia para saber cuándo eso tiene que ver la luz. Que no te gane la ansiedad, no tiene que existir el déficit de atención, al contrario, tenés que estar muy atento a ver cuándo aparece esto sí, esto no… estar atento en otra dimensión, ¿viste? Es ahora, no es en otro momento, y tener la certeza de que así sea. Llegar a esa certeza con los años, es una sensación muy bonita. Nota aquí.

Rozalén

 

Carlos Chaouen