Mi Unicornio
miércoles, noviembre 20, 2024
Paris Joel
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Amigó & Clavijo
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Buena Fe & Andrés Suárez
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Nirvana
30 años del Unplugged de Nirvana, la catástrofe que no fue
El grupo tenía muchas dudas sobre trabajar para un símbolo corporativo. Kurt Cobain ya estaba en un momento muy delicado. La cadena presionaba sin éxito para que hicieran más hits y los ensayos eran flojos. Y sin embargo, el "MTV Unplugged in New York" hizo historia.
Cuando Kurt Cobain imaginó su visceral grunge desnudo hasta los huesos, imaginó un santuario. "Dijo: 'Quiero velas y lirios de la variedad Stargazer", recuerda Alex Coletti, productor del célebre MTV Unplugged in New York de Nirvana. "Le dije: '¿Como un funeral? Me contestó: 'Sí, exactamente'".
Efectivamente, cuando en noviembre de 1994 se publicó la grabación del MTV Unplugged de Nirvana, lleno de flores, Cobain parecía estar cantando su propia elegía. Siete meses después de un suicidio con escopeta que impactó al mundo entero, ahí estaba él, vivo pero poderosamente herido, metiendo la mano en el cartílago de canciones como "Polly", "Something in the Way" y "All Apologies" en su forma más catártica, sacando algo crudo, magullado e inconsolablemente honesto. El álbum alcanzaría el número 1 en las listas de todo el mundo, incluidos los dos mercados principales del Reino Unido y Estados Unidos, y vendería más de 14 millones de copias, un vívido último testamento del Nirvana de Cobain y un destello de una revolución folk-rock que nunca llegaría a producirse.
De hecho, el MTV Unplugged in New York estuvo a punto de no realizarse. Desde el principio, esta banda con un gran corazón punk -que se lanzó repentina e inesperadamente al corazón del mainstream con Nevermind en 1991- se mostró recelosa del compromiso artístico que suponía colaborar tan estrechamente con el demonio corporativo de la MTV. La serie Unplugged no había exudado precisamente credenciales punk hasta ese momento, con artistas de la talla de Elton John, Sting, Crowded House y Aerosmith tomando el testigo de cuerpo hueco. Eric Clapton había convertido su aparición de 1992 en el álbum en vivo más vendido de todos los tiempos, gracias a una desgarradora interpretación de "Tears in Heaven".
"Habíamos visto los otros Unplugged y no nos gustaron mucho", declaró el baterista de Nirvana Dave Grohl a Rolling Stone en 2005. "La mayoría de los grupos los trataban como conciertos de rock: tocaban sus éxitos como si fuera el Madison Square Garden, pero con guitarras acústicas". Pero grupos como REM, Neil Young, The Cure y Pearl Jam, otra de las bestias del grunge de Seattle, habían superado el reto lo suficiente como para que Nirvana pensara que podía imprimir su propio arte subversivo al formato, sobre todo desafiando la presión de la MTV para tocar sus mayores éxitos en favor de temas más sombríos y versiones de culto. Nota aquí.
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Recordando a Joan Baptista Humet
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Rafa Mora
OBSOLESCENCIA PROGRAMADA
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Fernando Montalbano
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Natalia Lafourcade
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Ismael Serrano
«La etiqueta de cantautor penaliza, si vas con ella a un festival te mirarán rarito»
Presenta esta semana en Santiago y Pontevedra el disco «La canción de nuestra vida»
Ha llegado a los 50 años Ismael Serrano (Madrid, 1974). Y hay cierta sensación de crisis superada al rebasar el medio siglo de vida. «Supongo que una cifra así, tan rotunda, lleva a plantear muchas cosas a cualquier persona», dice el autor Papá cuéntame otra vez. «Si ya de por sí un músico tiene un conflicto con el paso del tiempo y trata de combatirlo o enfrentarlo a través de las canciones, pues con 50 digamos que se invita a hacer balance. De lo aprendido, de lo que uno ha conseguido, de las promesas que se hizo, todas esas cosas», añade. Esta semana dará algunas de las respuestas a ello en Galicia con los conciertos que tiene previstos en Santiago (jueves 21, Auditorio Abanca, 20.30 horas) y Pontevedra (viernes 22, Auditorio Sede Afundación, 20.30 horas). Los organiza Cávea Producciones.
—¿Cómo vería aquel Ismael Serrano joven que prometía hacer ciertas cosas al artista de hoy?
—Bueno, creo que estaría contento, en el sentido de ver que ha cumplido algún sueño, como el de poderse dedicar profesionalmente a la música y viajar con la guitarra al hombro, como lo hago. Supongo que estaría satisfecho, en la medida en la que puedo estar satisfecho, siendo como soy un insatisfecho permanente. Pero creo que aquel chaval vería que gran parte de sus sueños se han cumplido y eso es un privilegio del que hay que ser consciente.
—El año pasado lanzó «La canción de nuestra vida». ¿Va más allá del tópico del disco de madurez?
—Es verdad que es un disco que habla de la madurez, de lo que supone alcanzarla. También de lo que es, dentro de ese conflicto en el paso del tiempo, darse cuenta de que no conlleva solamente y siempre una renuncia. Al contrario, el paso del tiempo te regala cosas. Te regala la oportunidad de vivir experiencias inolvidables, de conocer a gente maravillosa, de abrir ventanas a la esperanza y de tener experiencias bonitas, que son susceptibles de convertirse en canción. No perder esa curiosidad y seguir con esa búsqueda es algo que considero muy importante.
—Después de ese disco, llega «Sinfónico», el sueño grandioso de muchos artistas. ¿Era su modo de trascender a la crisis?
—El álbum sinfónico es una fantasía recurrente en todo músico que hace canción popular, desde Metallica hasta Raphael. Es verdad que si tú llevas las canciones a otro lugar, tiene algo de autocelebración, de darse el gusto de hacer un disco de estas características. Sitúa las canciones en otro lugar, les imprime otra épica, otra mirada y, sobre todo, tiene ese punto de celebrar la canción, el paso del tiempo y todo lo que uno ha hecho hasta ahora.
—Se autodenomina cantautor, un término del que muchos rehúsan. Algunos dicen que es por la catalogación de las plataformas. ¿Cree que es así?
—Hay un problema ahí, que genera una dificultad para ser escuchado. En Spotify hay diferentes tipos de listas que están hechas o bien por un algoritmo o bien por un prescriptor. Hay listas oficiales de pop, de indie, de latino y no sé qué más que están elaboradas por prescriptores. En el caso de la canción de autor solo existe una lista y la hace un algoritmo. Yo creo que la etiqueta de cantautor penaliza y muchos artistas son conscientes de ello porque, claro, eso no les relaciona con la tendencia más urbana, por así decirlo, que es la que más les va a visibilizar. Ese tipo de etiqueta les beneficia en las búsquedas, a la hora de introducirlos en según qué listas e, incluso, para participar en según qué festivales. Pero si vas por ahí con ella, diciendo que eres un cantautor, en un festival te van a mirar bastante rarito. Que esa es otra historia.
—Los festivales son otro pilar de la industria y cada vez acaparan más poder en la música en vivo.
—Sí, y hay una búsqueda desesperada por entrar en ese circuito festivalero. Hablo de los artistas en general, no solamente de los cantautores. ¿Cómo encajar? ¿Cómo meterse en ese circuito? Creo que va relacionado con Spotify, porque en el fondo, cuando tú vas a un concierto, de alguna manera lo que quieres ver es algo que se parezca a una playlist de esa plataforma. Son conciertos muy cortos, de 40 o 45 minutos. Y el festival tiene que ver más con la socialización que con la experiencia inmersiva que ofrece un concierto. En un teatro, por ejemplo, se apagan las luces y tu atención se enfoca en el escenario. El artista en cuestión construye un relato, por así decirlo. No en el sentido tradicional de presentación, nudo y desenlace, pero es un relato de lo que quiere ofrecer, de lo que quiere decir, de cuáles son sus inquietudes. A veces es un relato construido de manera inconsciente, pero que funciona así. Nota aquí.
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Fran Fernández
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Carla Collado & Inazio
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martes, noviembre 19, 2024
Juan Villoro
Juan Villoro: la lectura como forma rebelde de la memoria
Se trata de un enorme y ambicioso fresco de costumbres contemporáneas. El escritor mexicano va y viene en el tiempo, con la cultura de la letra como eje.
El escritor mexicano Juan Villoro ha dado cuenta de su eclecticismo en su larga trayectoria intelectual: publicó novelas, ensayos literarios, crónicas de viaje, reflexiones autobiográficas, textos sociológicos, en todos los casos con agudeza y pluma elegante. Lo que diferencia al flamante No soy un robot (publicado por Anagrama) de otros títulos anteriores (tan diversos entre sí como El testigo, El vértigo horizontal y La utilidad del deseo) es que ha incorporado (casi) todos esos géneros en un solo libro. Exceptuando la "novela", siempre y cuando no se admita la licencia de atribuirle a la ciencia ficción las distopías que describe en este volumen.
En función de esta heterogeneidad, No soy un robot puede ser entendido como un enorme y ambicioso fresco de costumbres contemporáneas. Para estar a la altura de semejante ambición, Villoro ejecuta con maestría un constante viaje temporal, que vislumbra el futuro a la vez que lo contrasta -o más bien lo complementa- con las infinitas tramas del pasado. Lo que atraviesa ese recorrido de ida y vuelta es la cultura de la letra.
A partir de ese eje aglutinante y disparador de sentidos, Villoro viaja en tiempo y espacio, desplegando una erudición apabullante que en ningún momento roza la petulancia: cada cita filosófica y literaria -son tantas que convierten a No soy un robot a candidato a libro más subrayado de la década- está justificada por una idea, que conecta con otra, y luego con otra. Un link permanente y fascinante, algo asi como la prueba de que la fragmentación radical de estos tiempos no necesariamente conduce a la anomia cultural.
El libro está dividido en dos grandes capítulos. A grandes rasgos, en el primero ensaya una "lectura de las tecnologías" y en el segundo ofrece una mirada sobre "las tecnologías de la lectura". De ese juego dialéctico surgen tantas conclusiones como interrogantes. El presente eterno de internet y la sombra despersonalizadora de la inteligencia artifical afectan pero no anulan la lectura, definida por Villoro como "una forma rebelde de la memoria". Villoro es profundamente crítico del nuevo contexto tecnológico que induce a la "desaparición de la realidad". Pero su mirada no es apocalíptica ni maniquea. "La lectura digital se potencia con la lectura literaria", morigera Villoro, también él, quizás, un "optimista de la catástrofe". Nota aquí.
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Joaquín Sabina
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Rafael Amor
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