“Quiero pensar que no somos solo un montón de vísceras”
La voz de ‘A cántaros’ decide que caiga el telón de manera irreversible tras medio siglo de canciones y poemas y recapitula en su piso junto a la Dehesa de la Villa.
Pablo Guerrero (Esparragosa de Lares, Badajoz, 75 años) es hombre tímido y sereno, de porte cabizbajo, silencios holgados y andares serenos, pero a veces la mirada se le aviva y resurge en él ese brillo travieso y vivaracho del niño aquel que caminaba sin descanso por las dehesas y jugaba a cazar pajarillos por medio del campo. Le sucede cuando abre al fin la primera caja con ejemplares de su nuevo disco, Y volvimos a abrazarnos, que hace el número 16 en medio siglo de trayectoria artística y que desembala con el alborozo de la primera vez. O en el momento de escoger con dedos golosos de entre las palmeritas que el periodista le ha acercado desde La Baguette, su panadería favorita en el barrio, que no podía ser otro que la Ciudad de los Poetas. O cuando revela que, por más que le haya cantado en docenas de ocasiones a los chispazos del corazón, él ha sido “hombre de un solo amor, y por ventura correspondido”.
El recuerdo de Charo, que nos dejó en esta primavera que se tornó invierno, gravita durante la hora y cuarto de charla, apasionada y gozosamente caótica, que tiene lugar con la primera luz mañanera del miércoles en el salón del poeta. Nos contemplan sus discos de jazz, clásica y canción de autor, algunos trofeos —seguramente menos de los que le corresponderían— cosechados a lo largo de una vida pletórica con un lápiz y una guitarra entre los dedos, y un azulejo portugués sobre el que reposa una cafetera aún sumida en el borboteo. Dice el maestro que ya ha tenido suficiente y lo deja, que ya ha cantado y contado todo lo que le competía. “A veces se me fatiga la voz, y yo ya no tengo edad para pasarlo mal”, resume con el timbre característico de quien, ante todo, se sabe condenado a la compañía eterna de la nicotina. Que para él ya cae el último telón, insiste. Y no hay el menor indicio para sospechar que se trate de un farol.
Pregunta. ¿Ha sabido escoger la ocupación que le hacía más feliz en la vida?
Respuesta. Sin duda, y ha sido un regalo impagable. Siempre pensé que la música sería una dedicación transitoria, pero ya ve: 50 años. Y en cuanto a la poesía, la escribía en cuartillas que regalaba a los amigos, así que muchos poemas se han perdido. Me encuentro en la edad del “Y si…”. ¿Y si hubiera relegado la música por la enseñanza? ¿Y si hubiese nacido en Italia, donde admiran más a los cantautores? Pero a la postre no he hecho sino encontrar voces amables y hospitalarias. Un amigo pintor, Ángel Muriel, se instaló en el estudio un equipo algo cochambroso solo para poder inspirarse con mis discos. Y ha habido poetas ilustres que se lanzaron a escribir después de escucharme. Nota aquí.
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