Maradona y su conexión con el sur: Diego también es Bariloche
Sentimientos que afloran a sesenta y cinco años del nacimiento del Diez.
Diego Armando Maradona nació hace sesenta y cinco años. Porque no le pegaba a la pelotita, sino que la acariciaba y conseguía magia con ella, su nombre trascendió de una manera insospechada. Se transformó en ícono, en emblema, en una de las personas más conocidas del mundo.
Aquella frase de remera: “Algún día tus hijos y los hijos de tus hijos te preguntarán por él”, evocándola con una estampa de Diego, parece ser cierta. Yo todavía no tengo nietos, pero mi hijo, cada tanto, me consulta por Maradona. Para colmo, en la biblioteca hogareña, hay una foto en la que estoy con el Diez, tomada una noche inolvidable, hace veintitantos años. Aquel registro fotográfico marca su “presencia” en la casa, reflejo de lo que mi memoria atesora. La vez de la captura de la imagen, lo entrevisté. Más allá del tiempo que me concedió, de las características que envolvieron al reportaje y demás (materia de, seguramente, otra nota futura), recuerdo a un joven que, en aquel lugar (un boliche), le expresó su admiración, lo saludó y, cuando ya se iba, volvió sobre sus pasos para preguntarle con timidez: “Diego, ¿me dejás tocarte la zurda?”. Maradona lo observó, sonrió, soltó una ocurrencia jocosa (“Me comprometés, pibe”) y se levantó un poco el pantalón, para dejar al descubierto el tobillo zurdo. El muchacho se agachó, estiró su mano, cerró los ojos y dijo: “Gracias”. Luego partió, con el rostro extasiado, como si hubiese tocado a un santo.
Al recordar aquel momento, esbozo en la mente mi conversación con el Diez también como si hubiese hablado no con Dios, pero sí con un dios. Un dios terrenal. Un dios que se cayó y se levantó varias veces. Un dios al que, en ocasiones, ser una deidad le pesó mucho. Un dios que alguna vez aseguró (y nadie lo rebatió) que “la pelota no se mancha”. Un dios con pies de barro, es cierto, pero, en su caso, ese barro, además de la debilidad de sus flaquezas, significaba apego al origen, al barro de los potreros donde se crio, en Villa Fiorito, en la zona sur del área metropolitana de Buenos Aires.
Y ahí aparece un factor relevante, el sur. Diego siempre fue sur. Lo es aún hoy, muerto… o casi muerto, porque un dios, en realidad, no puede morir, pese a lo que diga un acta de defunción en la que, a muchos, se nos dificulta creer. Por eso, Maradona por siempre será sur, en su inmortalidad mitológica.
Entonces, es el sur de Fiorito. También, claro, el de La Boca y el de Nápoles, con los clubs de las camisetas por las que más se lo recuerda, además de la albiceleste, perteneciente a la selección de este país ubicado al sur del sur del mundo.
Y Bariloche también es sur. Nota aquí.


























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